Pero ninguna de las calles fue tan famosa como la “Calle Real”. La Real, ha sido la vía rosa de Sevilla, como lo fue la Sexta en Cali, la 7a en Bogotá, ahora el parque de la 93; la 5a Avenida en New York, o los Campos Elíseos en Paris… allí, en La Real tuvieron pasarela las quinceañeras, las buenonas, las jamonas y las solteronas (nadie les hizo el favor). La Real, Calle de reinas, camino de romerías, Semana Santa permanente, procesiones diarias. La calle del yo―yo, el sube y baja, el ascensor, la vitrina publica, son algunos de los calificativos que han llovido sobre La Calle Real, calle de angustias y de lágrimas: de alegrías y profundas exultaciones. Paso obligado, sitio de encuentro. Los turistas se quedaban aterrados de ver que la gente no le daba espacio a los carros. En los pueblos de origen paisa esa es una costumbre peligrosa cuando el parroquiano se traslada a vivir en una ciudad: sigue deambulando por la calle, se expone y no usa los andenes.
De la calle Real quien no recuerda una aventura, un suceso, un incidente vivido: todos los hemos tenido. Recuerdo haber visto a Yolanda Cardona por primera vez en el andén contrario al Bar El Canaima, me deslumbro por su belleza, gestos y movimientos; ya vivía en Cali, luego busque durante varios días en el directorio telefónico el nombre de su papa, subraye todos los Cardona, nunca lo encontré, cuando volvió a aparecer en Sevilla, ya tenía novio: Alberto Zuluaga.
Carmenza Guevara era la adolecente que más estrenaba y se daba el lujo de salir subiendo y bajando La Real hasta tarde de la noche, cuando todas debían regresar a sus casas antes de las 10 de la noche.
Magnolia Gutiérrez la veíamos caminar erguida y con la mirada en lontananza, seguramente Héctor Fabio Toro se aprestaba para conquistarla, para siempre. Recuerdo largos diálogos sostenidos con Flavio León Henao, hijo del propietario del almacén El Campesino que, especulaba hasta sobre los primeros viajes a la luna con las incursiones de Armstrong y Gagarin.
En la esquina de La Real, desde el balcón del club Los Alpes, pronunciaron discursos López Michelsen (1974) y Turbay Ayala (1978) durante sus campañas presidenciales, fueron invitados por Alfonso Ossa Jaramillo, jefe del partido liberal, del Directorio y Presidente de la Asamblea Departamental, en varios periodos. Otros candidatos presidenciales también hicieron proselitismo en la esquina de La Real, en un pueblo liberal que dentro del periodo frentenacionalista conservo las mayorías ese partido cuando los alcaldes se nombraban a dedocracia por los gobernadores con el beneplácito del jefe municipal.
La hegemonía liberal en Sevilla solo le dio espacio para cogobernar a un conservador diplomático como Rafael Quintero García, los otros quedaban excluidos.
El Zarco Octavio Montoya poseía en La Real, uno de los almacenes más poderosos del Norte del Valle: su imagen en el dintel de una de las puertas de ingreso, le daba vida comercial a una calle que se llenó de bares, grilles y cantinas. Doña Isabel Toro tenía una farmacia, Droguería Colombiana, en la mitad de la calle y vivía pendiente de los muchachos flacos para conseguir clientes con las madres ingenuas de ellos, les decía, “su hijo esta como raquítico mire el jarabe reconstituyente que me llego”, ella vendía y las victimas comenzaban a engordar. Enseguida de esa droguería funcionaba el Café Pepito, allí se instalaba Alberto Jaramillo con su vozarrón (parecía tener un parlante en la garganta), y cuando quería saludar efusivamente gritaba el nombre del peatón para que fuera a saludarlo; departía usualmente con Milin (Camilo Escobar), y rajaban de todos los que pasaban, siempre tomaban tinto, hoy lamentablemente ambos están extintos. Por La Real veía uno cada ano a los competidores de la Vuelta al Manzanillo, antes y después de la competencia, borrachos, disfrazados, sangrando por las caídas, pero animados por la jornada etílica y bárbara.
Todos pasamos los primeros años de la adolescencia subiendo y bajando La Real. Por allí transitaron Ernesto Pino dialogando con Norberto Peláez su amigo compañero del equipo de futbol, eran grandes futbolistas, solo los superaba Álvaro Ramírez, después Norberto fue Director del INPEC y se olvidó de los sevillanos (se le subieron los humos); Ernesto mientras tanto tuvo varios años para escoger esposa hasta que se decidió por Mónica Agudelo que igualmente recorría ese asfalto de La Calle Real con María Belén; también paso por La Real sus primeros años de notoriedad la bella Haydee Ramírez, a quien en 1978 la induje para que actuara en cine, con la cámara de Súper 8 que había sido de Andrés Caicedo. Luego Haydee se convirtió en figura nacional con la serie “Padres e Hijos”, y en otras representaciones de la televisión colombiana. Carlos Ossa Escobar, cada que regresaba a Sevilla era interceptado en La Calle Real por la clase política para saber de sus ejecutorias y carrera vertiginosa como Constituyente, Miembro del Banco de la Republica o Contralor General.
Paso también por La Real, José Guillermo Alicastro, caminaba hasta el Almacén Infantil, de Doña Teresa Garbiras, para coquetear con Amparo Hernández que trabajaba en el local contiguo de suramericana, la sedujo y de esa unión hoy tenemos al prestigioso cantante en Centroamérica, Alicastro, radicado en Miami. Esa era una esquina estratégica para ver desfilar las muchachas al mediodía y por la noche una esquina de confluencia, tenía el vitral principal una varilla de protección que servía de descansa brazos. Exactamente el local estaba debajo de la casa del Doctor Miguel Zapata, hoy convertido ese segundo piso en un museo de arte (ArtDeco), por obra, dinero y gracia del negro González, descendiente de león De Greiff, un curador de museos e intelectual que se formó en Bogotá y asistió a múltiples cocteles registrados por las paginas sociales de El Tiempo. Un sevillano que ahora impulsa la cultura con filantropía, en su pueblo natal.
Cuando a Honorio Salazar, el esposo de doña Aracelly Quiceno, se le quemo la sastrería “El Ciervo”, en la antigua construcción en donde se levanta el edificio “Granada”, se fue para La Real y montó “La Panadería “La Española”. En esa vitrina atravesada por una varilla protectora, nos parábamos para ver pasar las colegiales a la salida del colegio y los domingos, la entrada de las muchachas a cine: social doble.