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Continuación... La Calle Real (versión completa)


 Allí, en el Teatro Real, asistí con varias de mis novias cronológicas, era la única forma de lograr citas tranquilas, a pesar del barullo. Con Orfa Salazar, tan hermosa, rubia de verdad, antes de arrimarme y poder tener valor para besarla me fumaba de seguido tres cigarrillos Pielroja, hasta que quedaba como borracho; con Luz Stella Henao, ante la rigidez y disciplina de Don Juan Henao que solo me permitía visitas en el balcón de la casa al voltear de Telecom y parado todo el tiempo, en cine nos tomábamos de la mano casi tres horas en función doble, hasta que sudábamos; Con María Victoria Hoyos, un amor que no pude olvidar, sus labios gruesos como los de Angelie Jolie, eran un manjar; con Zoila Cristina Cardona, la más imponente, me toco otro suegro, para esconderme en el Teatro Real. Con Martha Granada, descubrimos conversando, Tomate López y yo, que era novia a la vez de los dos, por lómenos nos había dado el sí del cuadre por los mismos recientes días, entonces decidimos desenmascararla, cada uno se sentó al lado de ella (la costumbre era que la chica guardaba el puesto, ese día había otra butaca vacía), quedo flanqueada, cuando apagaron la luz, cada uno le tomo una mano, y así permaneció rígida y muda como estatua, la primera hora hasta que se descubrió la tripleta, y la perdimos.

Las funciones del Teatro Real eran distintas respecto al público asistente, los sábados a la de los domingos. Lo mismo ocurría en el Teatro Alcázar. Los sábados también era con doble proyección de películas, pero la mayoría del cine mexicano o norteamericanas, no de estreno, se llamaba, función de matinée. Asistían los campesinos que venían de las fincas a pasear o comprar las remesas o a darse un baño de pueblo, para ellos, ciudad. Los domingos a la sesión llamada social doble, asistían la juventud metida en la onda de los cocacolos, influidos por el vestuario, el cabello y los gestos de baladistas, de los Beatles y los Hippies; asistía la clase media y el jet-set parroquial. El ruido disminuía, y los aplausos también.

Concurrimos pues en La Calle Real, al Teatro Real. Sitio de esparcimiento y de conquistas. Vimos buen cine, al agente 007 Sean Connery, a los actores de lo Bueno, lo malo y lo feo (el Western Spaguetti), Clint Eastwood, Lee Van Cleeff; en otras producciones a Rock Hudson, Yul Bryner, Tony Curtis, Rossana Podestá, Ornella Muti, Ursulla Andress, Brigitte Bardot, Claudia Cardinale, Alain Delon, Jean Paul Belmondo, y todo el cine de acción que llegaba. En el Teatro Alcazar por el contrario una algazara incontrolable cundía en el recinto, una vocinglería desaforada inundaba el lugar, el barullo de los chiquillos aunado a la incultura de los restantes conformaban la trápala que hace inaudible el filme; el cigarrillo encendido caía sobre la cabeza del mas desafortunado, el madrazo retumbaba el tímpano, el olor de los baños descuidados atosigaba el aire, el bisbiseo del anunciador de maní, más la ida de la luz de la localidad, eran las constantes que constriñen a abandonar la sala o a tomar la determinación de no ingresar más a esa sala. Total a abstenerse de ver cine, esperando llegue la época de unas vacaciones o un largo puente que le permita asistir a la ciudad más cercana.

En ese teatro se prefería el cine en español, fundamentalmente el mejicano, pues la mayoría del público no sabía leer. Los sábados se presentan esa clase de películas; el campesino analfabeto necesitaba una de Pel-Mex que lo refocilara de la ardua tarea del campo, el contenido no importaba, la temática no la entienden; el ruido de las balas, los asesinatos, la acción eso es lo importante en ese momento.

Las programaciones en serie sobre el mismo género son otras de las características del cine en provincia. Durante una o dos semanas se proyectan filmes de Westerns, en la siguiente semana cine-romano (Peplum), posteriormente karatecas, cine-sexy-jocoso, pornográfico, musical, de suspenso, terror, cómico, etc. La saturación por el género hace perder también muchos espectadores. El cine de directores temáticos nunca llegaba a Sevilla, el cine de calidad, el cine clásico eran ausentes permanentes de estas salas, pega el cine comercial, el cine barato, ordinario, adocenado.

Que contrariedad ver, como me correspondió en el Teatro Alcázar (hoy en ruinas) en Sevilla (V.) y trasladado a un lado del Hotel Estelar, la obra cinematográfica de Ford mutilada. Proyectaron The Informer (El delator), The Iron Horse (El caballo de hierro), The Searchers (Centauros del desierto), The Lost Patrol (La patrulla perdida), Stagecoach (La diligencia), How Green was my valley (Que verde era mi valle) y Seven Women (Siete mujeres). Escenas cercenadas, momentos cumbres imperceptibles. No poder apreciar a Monument Valley por falta de intensidad en la luz; al séptimo de caballería con fotogramas borrosos consecuencia de una mala copia; la filosofía de Ford disminuida por el recorte inmisericorde. Privase de planos con Wayne en acción; de la lectura completa del pobre Dudley Nichols; los creditos pasados a horcajadas, sin el derecho a leer nombres como los de Claire Trevor, John Carradine, Andy Devine, Victor McLaglen, Boris Karloff, Wallce Ford y otros. Esos son malos ratos que no se olvidan. (2)

La Calle Real era el centro de la vida urbana en esta ciudad de colinas (como la de Monserrate, la Loma de la Cruz, Puyana…), las caminatas por La Real y sus dos cuadras se hacían como hoy se recorren los centros comerciales, para distraer la vista, saludar amigos y compartir.

Allí se encontraba con quien se buscaba o de quien se escondiera. Y era el eje cultural, el contacto de los transeúntes con el mundo exterior a través de dos conductos, el cine proyectado en el Teatro Real, y la música de los bares. Los dos parques que la han flanqueado delimitaban la Calle Real, nace en el parque de La Concordia y “muere” en el parque Uribe. Los andenes de los parques en línea recta, no se tenían como parte de ella, en el imaginario de los paseantes y viandantes. La gente se devolvía, para recorrerla otra vez, tres o cuatro subidas y bajadas, hasta que se instalaban en un bar.

A solo dos cuadras de terminar La Real, en la esquina de Casablanca, recorriendo el parque Uribe y la larga construcción del colegio de las Marianitas, empezaba la zona de tolerancia, el barrio San José con decenas de casas alumbradas por un bombillo rojo, símbolo de las casas de citas, zona de prostitución, retozos clandestinos y algarabía.

Pero la gente del municipio no miraba mas allá, solo los lascivos y con afujías sexuales. Detrás del colegio mas católico, empezaba la zona del desenfreno, y la Madre Clemencia Echeverry se persignaba.

“La Real”, calle memorable y sagrada. “La Fuente”, único sitio del jet set sevillano, de todas las edades, local con abundantes espejos y la mirada escrutadora de Octalivar, el administrador. Bebas inolvidables con música a 20 el disco. El machismo en acción, los cocacolos desenfrenados, llenando la mesa de botellas de cerveza hasta el borde, enojándose con las meseras porque Rosa o Yolanda se llevaban los envases. Era tanto el frenesí del jet―set parroquial, que los propietarios resolvieron construir el mezzanini: en un principio sitio especial para los más refinados; después, escondite de los novios clandestinos: allí me citaba con Elsita Jaramillo, tan linda con una ruana a colores y tennis rojos, era espectacular. “La Fuente” sitio de excentricidades. El gallináceo se hacía por los espejos y el que no encontraba mesa, de todas maneras pasaba mirándose de soslayo. Tan excéntrico el sitio que, hasta era lugar apropiado para suicidarse.

En Semana Santa confluían todos allí: venían de Cali, Bogotá, Medellín, Armenia, Pereira. Las jornadas de alicoramiento o bebetas se iniciaban desde temprano: cuando la procesión pasaba, la gente se arremolinaba en los andenes para ver pasar a Camilo Escobar, dirigiéndose a los doctores de la iglesia, al Padre Gabriel Rivadeneira que después enamoro a una profesora Gabriela Salgado y genero el bochinche mas grande; a Belisario el vestidor de santos y vírgenes; a Norberto Montoya, Dora Luz Velásquez (tenia piernas bien torneadas) y James Vélez, con sus bastones en el aire, comandando las bandas de guerra: Rita Cecilia Hoyos y sus amigas, Ayda Luz Mora, María Eugenia González, Gladys T. Ramos, y otras vestidas de Ángeles, y los Leones, los del Club, estrenando vestido, era el momento para estrenar. La semana santa era la oportunidad para exhibirse con más público que todos los fines de semana, con el pretexto de ser parte de un grupo colaborador, se colocaban túnicas romanas o atuendos de Judea, entonces las adolescentes se veían como sacadas de una película religiosa.

Las peleas de borrachos han sido una constante en los pueblos: en Sevilla se pelea por cualquier cosa, no en vano opero la violencia de los anos 50s por donde pasaron a través de sus veredas: chusmeros, chulavitas, cuadrilleros, pájaros, bandoleros y guerrilleros. Las galladas de Tuluá, comandadas por Alberto Lozano, incendiaban las trifulcas: en las épocas de casetas eran más frecuentes, hasta que se fueron matando en la carretera por la curva del Overo u tras curvas después de El Violín, y no volvieron.

La Calle Real ha sido siempre, claro está, lugar de profundas disquisiciones, de chismes, mejor dicho. Y de reyertas. Allí se han descuerado todas las almas: los divinos y los humanos. Tirios y Troyanos se han cruzado dimes y diretes. No ha quedado una virgen ni un macho. Nidia Gil se paseó fastuosa cuando fue reina; Norha Elena Mesa, lo mismo, dos reinas departamentales, fueron cada una, en su época, objeto de elogios y de deseos esparcidos. Por allí veíamos a Virginia García cortejada por un militar, el capitán Escalante, y luego como Alcaldesa, demostrando toda su bonhomía. Vimos a las hermanas Campuzano, todas cortejadas y muy bien majas. A Patricia Mesa, fina y hermosa, parecía una actriz italiana como Ornella Mutti, era a su paso, alabada por todos los humanos sin distinción de edad.

En esa calle, todos los amoríos fueron comentados, las infidelidades y las proyecciones de cacerías futuras, también se urdieron allí. Cuando llego de Sonsón (Antioquia), Carmenza Jaramillo, con su hermana María Eugenia; Humberto Botero Jaramillo se emocionó al tope y salíamos los 4, era un espectáculo deambular con ellas, las más hermosas, en ese momento, 1975. Carmenza fue mi novia, tenía un trasero perfecto, torneado, que todos miraban automáticamente. Hoy en retrospectiva uno piensa, como hicieron Don Héctor Jaramillo y Dona Lucia para fabricar semejante beldad, y no existía la cirugía estética de glúteos, por lo tanto, no era trampa. Marco Julio Velásquez fue mi sucesor, él puede dar fe de esa escultura viviente.

Néstor Restrepo tuvo a su favor el haber fundado el mayor número de establecimientos públicos, desde “Moulin Rouge”, pasando por “Coffee Shop”, “El Asadero de Néstor”, el Almacén de “Variedades” y “Venecia”. Después modifico “El Hispano”. En “Venecia” disfrute dos noches bailables con la compañía de mi novia Esthercita Velásquez, portadora de una bella delgadez y un rostro angelical. A Néstor se debe que hayan desaparecido los negocios comerciales, y proliferado los grilles y bares: hasta Aurita Ceballos se desterró de La Real para el parque La Concordia: Néstor fue el pionero. Presto dinero, empeño todo, pero se inventaba un negocio cada dos años. No sé si “El Cortijo” también lo fundo él, pero luego paso a manos de Gustavo Arias; con este negocio se descentralizo un poco “La Fuente”; todos sus amigos se fueron para allá: Hugo Montealegre, los hermanos López, los Campuzano, “Leche” y “Ocho” (Arturo Salazar). “El Cortijo” se convirtió en un nuevo escondite de parejas, el lugar del flirteo, de manoseo abscondito, de nacientes amores, todos parecían nacidos en Abejorral.

“Los Fundadores” y “Los Arrieros” eran los sitios de baile colectivo. “Los Fundadores”, desplazaron a “La Ratonada”, sitio de esposos infieles, muchos fueron pillados infraganti. Con el paralelismo que creo el nacimiento de “Los Arrieros”, se dividió la clientela en: gente in y gente out. O sea, gente de cache y los de abajo. En “Los Arrieros” había socios que eran pesados comerciantes y podían contratar orquestas; casi que Edgar Gallego y sus “Blue Stars” se convirtieron en la orquesta de planta; pero por allí pasó El Loco Quintero con su orquesta antioqueña. “Los Fundadores” se quedaron con los negritos del ritmo, es decir, con los discos Longplay, que después expendía el almacén “Sonoritmos”, en seguida del bar “Real Madrid”. Con los LP y las orquestas que pasaban por esos dos sitios de La Calle Real, o por el Club Tres de Mayo, aprendimos a bailar los boleros. Me imagino que los primeros boleros bailados de cerca debieron ser una escandalo ante los ojos de rezanderos y moralistas (porque vicios privados, publicas virtudes), el bolero bailado debió ser vituperado por suegras represoras que veían allí un inminente vehículo de pecado para sus hijas por las fricciones que proporciona su baile, siendo la única barrera, la ropa.

Se afirma que ya desde los años 40, 50 y 60 en Colombia, en las fiestas patronales de los diferentes pueblos de Colombia se esperaba con ansiedad la fecha anual, es la única temporada segura donde contratan orquestas, como ocurría en Sevilla (Valle) con el Baile de La Cosecha o en las fiestas Aniversarias de mayo; o en Caicedonia para todos los meses de agosto; el resto del tiempo la música se escucha en las victrolas, equipos de sonido, y años después la programación normal de viernes y sábados en las discotecas, los boleros son infaltables, Colombia es un país donde el bolero ha tenido acogida desde comienzos del siglo XX, primero el cantado y luego el danzado. Los amoríos, cuitas, romances, traiciones de parejas en cierne, amarteladas, estables, separadas y en reacomodo, etc., se han apoyado en el bolero para inspirarse, volver, llorar, reclamar, incitar, pedir o abandonar.

Si se estaba iniciando la conquista de una chica candidata a novia, y aún estaba lejos de coronar el acto sexual (aunque era difícil, muchos para poder hacer el amor tenían que casarse o ir al barrio rojo, el San José); durante esas fiestas o la concurrencia a una discoteca, se hacia mucha fuerza para que sonara un bolero, entonces podía venir el acercamiento de los cuerpos, el roce anhelado, el amacice de casi tres minutos. Todo ello gracias al Sexteto Habanero primero y luego el trio Matamoros, ellos crearon e impulsaron el bolero Son, que aunque siendo más rítmico y cadencioso facilito ser bailado, con la pareja de cerca, en un face to face. Allí fue cuando el bolero se desprendió del Son y entonces podía bailarse con más lentitud. Y, en las fiestas si tocaban tres boleros seguidos, lotería, mas intimidad de nueve minutos, menos movilidad por las baldosas que tocaba utilizar con la música tropical, con la duración del bolero en esa aproximación, se podía susurrarle al oído a la candidata para avanzar en la conquista. Si aparecía desde los primeros segundos del bolero, el freno de mano, pues hombre frito: se perdían todos los cálculos (3).

En esas tres calles conocidas y movidas (La Real, La Miranda y La Pista) se emplazaron fuentes de soda, bares y cantinas. La música preponderante en La Real fueron las baladas y los boleros; en La Miranda, las rancheras, la música colombiana y de carrilera; y en La Pista, los tangos. Esto se puede decir sin mucha exactitud y milimétrica, porque existían sitios nocturnos dedicados al tango con especialistas y cultores de Gardel, hoy queda como local emblemático, Casablanca, un establecimiento ubicado en toda la esquina donde confluye La Real con el parque Uribe.

El bolero nace un poco antes que las prohibiciones victorianas en la Inglaterra de las últimas dos décadas del siglo XIX, y de la estricta censura anglicana para los coqueteos y tanteos de las parejas en las calles o en el prebolero, el danzón. Pero el bolero nace en medio del despliegue y la influencia católica en toda América Latina producto de la evangelización de curas españoles de diferentes congregaciones religiosas. Nace pues casi al final del siglo XIX en medio de la mojigatería y pacatería, controlado las conductas de los pobladores, con la censura religiosa. El bolero es la pieza musical más adaptable para los enamorados y despechados, para insinuar los deseos y transmitir las pasiones, sus letras y composiciones giran alrededor del amor, el erotismo, el sexo, la pasión, la entrega total, los gustos, etc.

De la evolución del bolero surgieron las baladas. Durante los años 60s los baladistas de clase media desde México hasta Argentina y con la influencia española, llenaron de melodías a la juventud que se debatía entre a influencia norteamericana con la “Alianza para el Progreso” de Kennedy, los avances de la Revolución Cubana y el castrismo en América latina, el hipismo, los Beatles, la marihuana, las proclamas del amor libre, las noticias sobre la guerra de Vietnam, la teología de la liberación de curas progresistas, el aparecimiento de otras fuerzas políticas. A solo 50 metros de La Calle Real estuvo el cura Camilo Torres un domingo de 1965, en la pila de la plaza de La Concordia, lo invitaron Lisandro Duque, el Topo y Mario Pineda, fue un acontecimiento que muchos no pudieron ver y oír porque las madres católicas, azuzadas por el sacerdote desde los parlantes de la iglesia, a todo pulmón, habían hecho contra propaganda para que no escucharan al cura revolucionario que desviado del camino de Jesús estaba alentando contra el orden establecido.

Casi todos los romances y noviazgos de las clases medias de la década del 60 y del 70 tienen que ver más con la influencia de las baladas de Enrique Guzman, Cesar Costa, Sandro, Rafael, Leonardo Favio, Palito Ortega, Elio Roca, José José, Camilo Sesto, Nino Bravo, Sabú, Julio Iglesias, etc. El bolero jugo ese papel en las primeras 5 décadas del siglo XX, y lo sigue haciendo pero en segmentos sociales de la población porque los otros ritmos le arrebataron el monopolio. (4)

En los pueblos de Antioquia, Caldas, Risaralda, Quindío y el Norte del Valle se observa la marcada influencia del tango. Por qué? Si tenemos en la cuenta que el tango es la expresión de los habitantes del arrabal, unida a sentimientos de los inmigrantes argentinos, y a los campesinos desarraigados, se puede colegir que cuando el tango se hizo canción, se comenzaron a manifestar patéticamente estos sistemas de vida y el sentimiento de capas de la población arrancados de su propia patria, y al margen de la vida criolla argentina. Este fenómeno socio- culturalmusical nos explica el porqué de la influencia en los pueblos de la conocida colonización antioquena, Los antioquenos adelantaron su propia toma de tierras, adelantaron vastos programas de colonización en las primeras décadas del siglo XX, esa similitud de viandantes, trashumantes, erráticos como las letras de los cantores del tango, y la identidad con los lances amorosos de las canciones, sirvió de puente para la acogida vertiginosa del tango (5). El tango en Colombia se escuchaba desde los primeros años que arrancaron con 1920, el antioqueno Libardo Parra o Tartarin Moreira era el más conocido compositor colombiano, pero ya la influencia de la corriente argentina había calado. Luego, Agustín Magaldi se volvió un ídolo.

De otro lado, la música de carrilera, antes de llamarse así, sus semillas fueron la música guasca y la música campirana que, deambularon por el medio rural: el campo, las aldeas, la provincia marginal, las veredas y llego a los barrios de invasión. La música guasca es el resultado de un sentimiento espontaneo al decir atropelladamente lo que se piensa; se hace irrespetando el verso, la simetría, sin ninguna técnica, exalta lo rural, se canta alrededor del campo. La música de carrilera hace pare de la música popular latinoamericana. La música popular sentimental es la que más influencia ha tenido, su arraigo es decisivo dentro de la zona andina colombiana. Sin necesidad de profundas elucubraciones se puede afirmar que la influencia de la música mexicana y la Argentina en la zona andina encontró terreno abonado por el efecto que produce este tipo de canciones en el espíritu sentimental, melancólico y tristón, en los habitantes y cantantes de la zona andina. La canción mexicana a través de la ranchera y el corrido, han influido tanto que se habla de un corrido a la colombiana. El corrido difundido por los conductos del cine mexicano melodramático y los discos hizo que el público se identificara con sus interpretaciones. La música popular es la expresión sentimental hecha canción que sale de las entrañas del pueblo para proyectar sin aristocratizamos en el lenguaje, las vivencias del hombre común frente a la vida. (6)

(Los discos LP fueron con los anos desplazados por los cassetes, estos por los C.D, estos por el MP3, y estos por las USB). Después el “Bolo Club” se trasladó al sitio que ocupaban “Los Fundadores”; luego comenzó el declive del Bolo Club; los cafeteros se entusiasmaron llegó a ser campeona Gloria Muñoz, una trigueña hermosa, despampanante que, se parecía a Sofía Loren. El receso de todo negocio no se hizo esperar: esa es la costumbre. La gente entra, pues, a la expectativa de uno nuevo. Lo malo es que Néstor Restrepo no invento otro, se aburrió de que lo tumbaran, los muchachos le quitaran el billete con carantonas.

Aldemar Gómez Ocampo, cuando fue Alcalde quiso cerrar “La Real” para que quedara exclusivamente como calle peatonal, como algunas de Bogotá, Medellín, y Cali o Madrid. La idea no funciono, el Concejo oposicionista no dio la palmadita de apoyo. Pese a ello, los sábados y domingos, durante su administración la calle era peatonal. Aldemar quiso muchas cosas buenas para Sevilla, pero no lo dejaron por culpa de un gravamen que el no creo, y por los malos manejos en las empresas municipales con los sobrecostos en el tendido de alcantarillado que, tampoco propicio el, entonces tuvo que abandonar el sillón. Cosas de la política mí apreciado Ago, o Mao por sus lecturas sobre la China.

Pero de verdad, que “La Real” era un fenómeno extraño, los peatones no daban vía a los carros, mejor dicho, los carros les pedían vía a los peatones. Cuando alguien llegaba de otra ciudad creía que algo había sucedido: un asesinato, un culebrero que se había tomado la calle como teatro de operaciones, o una procesión en desarrollo: siempre hay gente subiendo y bajando.

Chiroso Ocampo, acabó por descentralizar La Real, monto “El Bar Salón Social” y logro hacer voltear a la gente del yo―yo hasta las E.E.M.M, o sea, estiro La Real en la primera cuadra, de la Caja Agraria, hacia la izquierda. Después el milagro lo hizo el dueño de “La Cascada” y “Los Barriles”. Posteriormente Javier Arturo Aránzazu, termino la vuelta a la manzana para lograr el giro completo de los negocios nocturnos, se convirtió en el “magnate” de los bares, llego a poseer los tres mejores establecimientos en la esquina opuesta a la Alcaldía y al lado donde había estado construido el tradicional Club Tres de Mayo, instalo “La Tranquera” en 1986, completo así el giro total, La Real en lo tocante a establecimientos nocturnos había dado la vuelta manzana. Aránzazu desde los mostradores de sus negocios se deleitaba con tantas muchachas hermosas que allí entraban, brindándole un masaje visual a sus ojos, y se lamentó por el desaparecimiento de Consuelo Naranjo, “la naranjazu”.

Pero “La Real” sigue siendo “La Real”. La fiebre por montar negocios era pura copia, alguien fundaba una panadería y aparecían tres más; lo mismo las heladerías (le quitaron el monopolio al Polo), y demás establecimientos. A mediados de la década del 60, por allá en 1964, comenzó la gente de la burguesía cafetera a comprar carros. Quienes los adquirían, era para uso del trabajo en las fincas, preferiblemente Jepps Willis, de esos que los norteamericanos utilizaron después de la segunda guerra mundial.

Pero hubo algo especial con los carros. Ninguno de los hijos de los cafeteros tenía acceso a ellos, los padres de familia no los prestaban: por lo tanto los muchachos veían los carros como objetos imposibles, todos queríamos manejar desde los 17 años y sobrevino la admiración por los vehículos: el eterno fetichismo. Y todos querían poseer uno para conquistar hembritas, porque se decía en medio del machismo montañero, “el carro es el tercer testículo del hombre”. Los López Ruiz fueron un caso aparte: Héctor Fabio, Orlando, Carlos Alberto y Oscar. En especial Oscar López. Era el único que poseía jeep y moto, una Lambretta, y el carro rojo lo sacaba los domingos, o sea tres testículos más, según esa lógica machista. Doña Ofelia Ruiz se lo dejaba usar, por eso arraso con varias chicas que, otros no podían conquistar, sin carro. Si alguien hizo bulla sin silenciador y fue conquistador de muchas damas, ese fue Oscar López, creció y se quedó con el recuerdo nostálgico de esos gloriosos días, hasta que por una de esas conquistas atropelladas, perdió la vida.

Los que no podían sacar a relucir el carro, recorrían “La Real” a caballo: así también se conquistaba. Norberto Montoya (Bocachico, los sevillanos para colocar apodos son campeones), Bocachico fue mas astuto, aprendió a manejar y conducir todos los vehículos. Era muy hábil, le hacia las vueltas o mandados a los que tenían carro, les lavaba el automotor y a la vez, se exhibía como superconductor, el trofeo que le quedo fue la hija de Pedro Almanza. Se puede afirmar que Norberto Montoya desmitifico el misterio y la “heroicidad” de manejar, mas cuando vimos posteriormente a Fanny Eusse, conduciendo sin sobresaltos, el jeep rojo descarpado. Sin carro era una competencia desigual para poder conquistar. Solo quedaban el caballo chalan, tampoco era de fácil acceso, había que tener finca y establo para mantenerlo; o el vehículo de tracción manual, el Llevo-Llevo, una carretilla de tablas con timón de Jeeps viejos, el único vehículo ensamblado en Sevilla. Quien se atreviera no levantaba sino polvo, pero ningún polvo.

“La Real” ha dado para mucho. Omar Adolfo Arango llego de profesor de filosofía al colegio “General Santander” y alquilo un cuarto en el “Hotel Aristi”; desde la calle los estudiantes lo veían pintar: era también pintor. Desde allí conquisto a la hija de Noel Sánchez y luego a Rita Cecilia Hoyos, dos buenas preseas. El introdujo la pintura en Sevilla, como Hugo Toro introdujo el verso, Lino Gil, la prosa: Eduardo Trujillo el teatro; Néstor los negocios nocturnos, Tilde Bedoya las baratijas, el enano Miguel la recolecta de diezmos en la iglesia, la loca Oliva la agarrada de guevas para pedir limosna, el profesor Antonio Hurtado las patadas en el trasero a los alumnos brutos, Clavillazo las fotografías en el parque, Alfonso Ossa la política partidista con Directorio propio, el medico Ospina las consultas callejeras etílicas, Raúl Flores la filosofía y Lisandro Duque la carreta del cine. Muchos de los aspectos abordados en este relato costumbrista, son abordados con otra óptica en el libro Años de oro y rojo carmesí, de Jesús María Pinzón.

Eduardo Trujillo llego también a revolucionar las artes escénicas. Llego por allá en el año 68, con barba y aire de intelectual; haciendo grandes elucubraciones, sobre literatura y creando unos epígonos valiosos como: Javier Gallego. Cuando Eduardo llego, la mayoría de la gente en Sevilla, no había leído ni “La María”, escasamente se leían a Supermán, Chanoc, Juan sin Miedo, Yanco, El Llanero Solitario, El Fantasma, Dick Tracy, Linterna Verde y Tarzán, si, los cuentos que se compraban en el almacén 5 y 6 donde dona Lilian Vengoechea. Cuando Eduardo Trujillo se paseaba por “La Real” con unas sandalias, como las que usaba “El Topo”, todo el mundo decía: “que pesar de don Manuel, tiene un hijo comunista”.

Lo mismo sucedía con el papa de Lisandro Duque, que pesar del viejo Lisandro, decían las señoras pacatas y rezanderas, todos vimos a Don Lisandro como relojero frente al Teatro Real, matándose los ojos con esos relojes y el hijo comunista; así paso con los Parra, los Noreña: fueron unos incomprendidos. El chino Hernán Parra fue después el que se las tiro de izquierdista, porque vendía “La Voz Proletaria”, pero no tenía las lecturas de Jaime y Ramiro; si o no comunanga? Luego se volvió el hombre de la utilería de algunas producciones cinematográficas de Lisandro Duque Naranjo, ya consagrado como director de cine. Comunistas como estigma y claro, la gente no sabía que eran progresistas, intelectuales de avanzada, y mientras los señalaban se adelantaba la política norteamericana de la “Alianza para el Progreso”, repartiendo leche en polvo por todo Suramérica para esterilizar hembritas y comunidades indígenas, y repartiendo cuentos o comics contra Cuba para denigrar de la Revolución Cubana, y enviaban grupos de mormones en galladas para envolatar incautos, por La Calle Real pasaron.

Pero el más incomprendido de todos los incomprendidos, fue Raúl Flórez. Escribió sus “Aproximaciones a Theildard de Chardin” y nadie entendió. Pasaba por “La Real” y la gente decía: “ahí va el autor de un tal Chaplin. Raúl tan inteligente como siempre, deseo luego despertar las inquietudes culturales de los sevillanos a través de la revista “Huellas”. Oscar Peláez Pena, poeta, ensayista, profeta, historiador y loco, siempre recorría La Real con una patota o gallada de adeptos, como evangelista con sus adoctrinados, disertaba sobre temas internacionales, la política nacional, local, y escribía febrilmente. Era un intelectual sui generis, con una formación intelectual admirable y de una capacidad verbalizadora inagotable. Lamentablemente fue asesinado de manera brutal.

Todos pasando por “La Real” una real que se ha transformado, no por obra y gracia de los secretarios de obras públicas que en Sevilla han sido, sino por los montadores de negocios. Hemos visto en los últimos 20 años a otros borrachos, a otros peleadores, otros gallinazos, otros carros. El panorama ya es diferente, no es Esquilo quien hace los disparos en la puerta del “Teatro Real” sino los nuevos vaqueros, los traquetos y demás; ya no es Jesús Mejía el único que lleva vestidos nuevos al almacén Valher, de Sevilla, para estrenárselos de primero, ya Antonio Ávila lo hizo con la competencia desde el “Everfit” de La Calle Miranda, Arturo Zapata lo intento imitando a Guido lo Viste de Cali, y otros cachacos impecables han aparecido, después de Álvaro Monroy, compran la ropa en Cali, Pereira, o Armenia. El comercio se ha visto un poco afectado con esto, de ahí resulta explicable los afanes que tuvo Israel Gaviria para fundar la Cámara de Comercio, no por ser el primer secretario, sino por consolidar el comercio y evitar el decaimiento de la plaza: y mucho se le debe a Manolo Benítez.

La Calle Real ha visto en los últimos 18 años instalar en la esquina del Club Los Alpes las inmensas tarimas para realizar el festival Bandola cada año, que Oscar Gallego, María Helena Vélez y los demás miembros han organizado con tenacidad y constancia. Un festival de renombre nacional con los mejores grupos en diferentes géneros. Allí hemos visto a Julián Rodríguez con todo su fino humor y variado repertorio. Las tres noches que dura el festival son una rumba continua, con libaciones prolongadas armando corrillos para beber parados; una fiesta al aire libre, una sinfonía nocturna, una parranda inmarcesible. Es una rumba majestuosa con la celebración del festival de los abrazos, y el pacto del “case que no se descase”, prometiendo volver. Allí me encontré otra vez con María Victoria Hoyos, era Gerente del Hospital Centenario, bella como en su primera juventud, entonces, decidimos desquitarnos del tiempo que nos había separado. Le dije, “como el título de la obra de Marcel Proust, vamos en busca del tiempo perdido”. Allí he vuelto a encontrar a los amigos del bachillerato egresados del Colegio General Santander, a Iban Reina, Hugo Ruiz, Mario Berrio, Pedro Emilio Montes, Julián Ocampo que nos organizó el reencuentro de egresados, a Álvaro Rodríguez (actor nacional de todas las producciones de prestigio); a los profesores de aquella época, a los que han emigrado al exterior, como Fabio Fernández, y a los contertulios de otros momentos como Jades Jiménez, Clarita Giraldo, o Alirio Acevedo cargando una mochila con USB y CD para armar su periódico virtual El Ciudadano en la Red, a Alirio le debemos la transformación de las comunicaciones en Sevilla: de los boletines a la página Web.

Rafael Andrés Quintero como Alcalde actual debería pensar antes de terminar su periodo como exaltar a Bandola. Sevilla le debe un reconocimiento especial al Grupo Bandola, su nombre es hoy igual de conocido, o equiparable al nombre del municipio.

Autor| Alberto Ramos Garbiras. Abogado y magister en ciencia Política. Autor del libro “Aguas y Derechos”, donde hace alusión a la riqueza hídrica del municipio de Sevilla.

Referencias y Citas:

(1) Antonio María Gómez, otro fundador de

Sevilla. Artículo publicado en el Boletín número 197 de la Academia de Historia del valle, paginas 59 hasta la 62. Cali. De mi autoría.

Febrero del año 2004.

(2) El cine en pueblo, una experiencia personal. De mi autoría.

Artículo publicado por la revista CINEMATECA, dirigida por Isadora de Nordem. Publicación de la Cinemateca Distrital. Número 6, Volumen 2, paginas 85, 86 y 87.Bogota, enero de 1979.

(3) Bailémonos un Bolero. Libro de Rafael María García Orozco.

Con presentación de mi autoría, paginas 3 hasta la 10. Diagramación de

Parquesoft. Cali, octubre del año 2014.

(4) Ibidem, de la presentación al libro de García Orozco.

(5) Analisis compartido con el abogado y musicologo, Helí González

Ospina.

(6) La verdad sobre la música de carrilera. Artículo publicado en el periódico El País, escrito en coautoría con Helí González Ospina,

Gaceta Dominical, páginas 6 y 7, de agosto 10 del año 1986.

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Nota aclaratoria: La versión inicial de este relato costumbrista fue escrita a comienzos del año 1982; luego fue tomado de la Revista

Informática Sevillana No 6. Mayo de 1982, por el arqueólogo de las palabras y las letras Álvaro Noreña Jiménez. La revista la había publicado de manera reducida, habiéndose extraviado el manuscrito de la versión original y de las adiciones que se hicieron en agosto del mismo año antes de viajar a Europa.

Ahora para una publicación de cuentos y literatura sevillana, el libro Sevilla Renace que recoge una serie de escritos de autores sevillanos, el economista Ernesto Pino, me ha solicitado hacerle unos ajustes y adiciones al relato. Con mucho gusto he accedido realizando algunos retoques, agregados e insertando párrafos pertinentes de mis escritos titulados “El cine en pueblo: una experiencia personal”, artículo que fue publicado por la Cinemateca Distrital, en enero de 1979; de otro texto, sobre un estudio que hice al diario de Antonio María Gómez, publicado por la Academia de Historia del Valle; del artículo sobre la música de carrilera que escribí con Helí González, en el periódico El País; y segmentos de la presentación al libro de García Orozco, Bailémonos un Bolero, donde abordo aspectos que tienen que ver con la Calle Real.