La bicicleta es uno de esos inventos
maravillosos, que se perfeccionó durante cincuenta y siete años a partir de mil
ochocientos dieciséis, acogiendo al alemán Karl Dreis como su inventor (aunque
algunos le atribuyen la paternidad al modelo del francés Mede de Sivrac de mil
setecientos noventa y uno), prototipo a partir del cual Macmillan, Thomson,
Michaux y Starley, lo perfeccionaron hasta llegar a la bici que conocemos, es
decir, que el caballito de hierro ya cumplió más de dos siglos de existencia.
Los estudiosos afirman que la dinámica y
biomecánica de la bicicleta combinan la inercia, la fuerza, la aceleración, la
acción, la reacción, los frenados, la potencia, así como las energías cinéticas
de traslación y rotación, que permiten que cada cual logre mejores rendimientos,
convirtiéndola en una extraordinaria máquina que no solo contribuye al
bienestar físico y mental de los bicicleteros, sino que, además de ser el medio
más económico y democrático de transporte que permite hacer realidad el derecho
a circular libremente, no contamina, pues por el contrario los alveolos
pulmonares son filtros retenedores de las partículas que emiten los
automóviles.
Pues bien, atendiendo que al Cesar lo que le
pertenece, debemos decir desde nuestra perspectiva ambiental que la única
ejecutoria destacable del alcalde Armitage es la implementación de casi treinta
kilómetros iniciales (que pretenden llegar hasta ciento noventa) de ciclorrutas
durante el año pasado, después de una larga lucha en la que hemos participado
logrando en el dos mil ocho la prosperidad de una acción de cumplimiento mediante
la cual el Tribunal Administrativo ordenó al médico Ospina siendo alcalde,
expedir el Plan de Movilidad Sostenible incorporándole el Plan Maestro de
Ciclorrutas, un propósito trancado por Metro Cali, bajo el argumento de que
condiciones expeditas para la circulación de las bicicletas en esta celeste
geografía, bajaría una parvada grande de pasajeros de los buses articulados
evidenciando la crisis del sistema.
Sin embargo, al desplazarme desde el sur hasta
el centro en mi caballito de hierro hacia mi oficina, enorme preocupación me ha
generado que en dichas ejecutorias el metalúrgico alcalde esté violando en
Código de Tránsito, toda vez que, en los trayectos de la calle quinta, las
señaléticas indican “carril compartido” que transgrede las definiciones legales
de ciclovía destinada ocasionalmente al tránsito de bicicletas y peatones, o
ciclorruta para el tránsito de bicis en forma exclusiva, marco normativo que no
permite la ambigüedad de compartir con motocicletas o carros a la que induce la
misma administración municipal, colocando en riesgo la vida de los
bicicleteros, lo cual nos lleva a recoger el viejo adagio que indica que las
cosas bien hechas son las que perduran, por ello acudiremos en acción
constitucional para que se respeten la ley y la supervivencia de quienes
levitamos en dos ruedas.
La ley diez ochenta y tres sobre planes de
movilidad sostenible, cuyo cumplimiento sacamos avante en el tribunal hace once
años, ordena darle prelación a la movilización en modos alternativos de
transporte, esto es, el desplazamiento peatonal, la bicicleta y los sistemas de
transporte público que funcionen con combustibles limpios, por tanto, articular
la red peatonal y de ciclorrutas con la estructura urbana de ordenamiento
territorial, reorganizando las rutas de transporte público y tráfico que
permitan bajar los niveles de contaminación, creando zonas sin tráfico
vehicular a las cuales solo puedan acceder los bicicleteros y los peatones.
Como dice “La bicicleta blanca”, ese mágico
tango que escribió en el año setenta Horacio Ferrer y musicalizó Astor
Piazzolla: “Lo viste. Seguro que vos también, alguna vez, lo viste: te hablo de
ese eterno ciclista solo, tan solo, que repecha las calles por la noche… Flaco,
no te quedes triste, todo no fue inútil, no pierdas la fe … en un cometa con
pedales ¡dale que dale! Yo sé que has de volver…”, a la carga!
Cali, a los cuatro días de marzo de dos mil
diecinueve.
Columnista invitado | Armando Palau Aldana