El surgimiento de los Chalecos Amarillos en
Francia denota una crisis de representación de los partidos políticos y de
legitimidad del actual gobierno que llegó por un golpe de suerte dentro del
enfrentamiento con la señora Jean Marie Le Pen, el electorado favoreció a
Macron para evitar el triunfo de la ultraderecha animada por el partido Frente
Nacional. La agenda del nuevo presidente resultó demasiado neoliberal y las
cargas fiscales detonaron la reacción ciudadana. En esa campaña política
también resultó derrotado el socialismo que encarnaba el candidato de Hollande,
y perdió la formación política de Jean Luc Melenchon.
Con las
protestas contra Macron quedó evidenciado su comportamiento, un neoliberal sin
partido político, apuntalado por banqueros y corporaciones internacionales,
promovido con un movimiento de emergencia La República en Marcha (LaREM; en
francés, La République en marche), se presentó como centrista y progresista,
pero el centro político no opera cuando se trata de resolver graves problemas,
al contrario, los políticos de centro ante las crisis se comportan como si
fueran de derecha, y en el fondo lo son. El centro político fracasa cuando no
se resuelven los temas de fondo. La popularidad de Macron se desvaneció: 40 %
de la población enfrenta carencias. Algunos observadores se han referido a lo
que está sucediendo como otra primavera árabe del 2011, o a otro mayo del 68.
Macron ahora argumenta para defenderse que “Francia es de todas las naciones la
más fraternal y la más igualitaria”.
Francia ha vivido desde noviembre 17 de 2018
una crisis orgánica que denota la disfuncionalidad de las instituciones de la V
República y la necesaria construcción de la VI República porque ya no es
soportable la acumulación de contradicciones y de fracturas sociales.
Seguramente surgirá un liderazgo populista al final de las marchas y reacciones
populares de esta coyuntura porque la ausencia de dirección de una corriente de
ira contra el gobierno necesita interlocutores, pero no se han perfilado aun
empezando el año 2019: los chalecos amarillos no quieren ser conducidos por
líderes de los partidos políticos establecidos, ni por las cabezas visibles del
sindicalismo. Ellos en los dos primeros meses de acciones callejeras han
demostrado que no impulsan una revuelta ideológica sino una revuelta material:
reclaman por un mejorestar físico, sin cargas tributarias excesivas, como lo
afirman, para poder llegar al final de mes, sobrevivir sin muchas angustias.
Los franceses tienen una cultura política
probada desde 1789 como contestatarios a la monarquía absoluta hasta llegar a
la revolución, tienen una tradición de revueltas y reclamos en períodos
críticos como en 1830, 1848, 1871; luego se enfrentaron al fascismo en la
segunda guerra mundial, posteriormente las convulsiones del mayo francés de
1968,posteriormente las revueltas del 2010, 2016(la nuit Debout), y este
otoño/invierno de 2018 que se caracteriza por la reacción de sectores sociales
decididos a rechazar el trato de ciudadanos de tercera categoría que les ha dado
la burguesía que rodea a Macron. Un desprecio de las élites al pueblo francés.
Los
partidos políticos en Francia con la eclosión de los Chalecos Amarillos (un
movimiento heterogéneo) como rebelión de los sectores sociales, no supieron
leer la crisis al pretender acercarse para capitalizar las revueltas, fueron
rechazados. Y no entendieron en un primer momento de noviembre 2018 que la
obturación de las opciones de supervivencia se estaba cerrando a todos estos
sectores con los gravámenes fiscales, razón de la reacción encadenada; tampoco
entendieron con esa eclosión callejera de protestas de manera súbita,
facilitada con las plataformas de las redes sociales que, la ciudad de París se
está reconfigurando a partir del orden territorial existente, lo mismo va a
suceder en otras ciudades como grandes capitales metropolitanas con crecimiento
desbordado que llegan a la figura de la megalópolis, ese rebrote de protestas y
su eco se reproduce en otras ciudades del país galo. Ya en otros países el
efecto dominó está prendiendo con similares reacciones de chalecos amarillos
en Alemania, Bélgica, Holanda y
Portugal.
La
movilidad vehicular es la clave para los habitantes de la banlieue o sitios de
la periferia, o extraradio, es decir de
las afueras periurbanas ante a expansión y conurbación con concentraciones de
viviendas de inmigrantes y ciudadanos franceses de menos recursos, donde no
llegan las líneas del metro ni están suficientemente cubiertas las rutas de
buses; el carro se torna como el único medio de transporte individual y
familiar para poder llegar al trabajo o realizar los trabajos independientes.
Subir el precio del combustible detonó las primeras protestas aunque la
tributación llamada tasa ecológica fuese inspirada como medida de adecuación al
cambio climático, no fue aceptada por el desembolso que afecta el presupuesto
mensual: Una lucha contra la precariedad. De esta manera la geografía urbana
determina posiciones y actitudes.
Muchos sectores sociales se sumaron y ampliaron
los requerimientos al gobierno rebasando la queja inicial y redactando un
memorial de agravios similar a otra carta de derechos de los ciudadanos, en el
cual piden reformas políticas y sociales. Estas movilizaciones abrieron un
nuevo ciclo político en Francia. Es una reacción popular con un movimiento
transversal vinculado a las nuevas formas de trabajo, desesperados por las
políticas neoliberales. Movimiento integrado por sectores sociales diversos
como pequeños comerciantes, profesionales independientes, maquilladoras, patronos
de mediana empresa, jubilados, obreros independientes, estudiantes dispersos,
transportistas, etc.
Como lo
expone Daniela Cobet, en la página Web Modo50.org, "El movimiento que
deriva de esta situación se forma a la imagen de esa Francia suburbana “desde
abajo”, profundamente heterogénea, social y políticamente, al punto en que es
aún difícil tener una caracterización precisa y afirmativa. Algunos hablan de
una forma de “jacquerie”, en alusión a las revueltas campesinas que atravesaron
Francia bajo el Ancien régime, fundamentalmente espontáneas, violentas y que
agrupaban diferentes capas sociales. Uno pude también pensar en esos
movimientos explosivos, que retomaron los métodos de lucha del campesinado, que
tuvieron lugar en Francia a principios de los años ‘60 y que adelantaron el
‘68. Pero si es demasiado pronto para hacer definiciones precisas y establecer
pronósticos, al menos hoy sí es posible y necesario establecer, en relación con
los temores que se han expresado en el seno del movimiento obrero, qué no es el
movimiento de los Chalecos Amarillos".
Los chalecos amarillos sin líderes visibles
quieren el ejercicio de la democracia directa, están reclamando la operabilidad
de los referéndums populares para decidir. El comportamiento que han exhibido
se acerca a la tipología de la anarquía en el sentido no peyorativo sino
prístino de la palabra, o sea un rechazo a la autoridad concentrada y a la
obediencia debida para que los ciudadanos sin ataduras “legales” puedan
desenvolverse mejor porque están ahítos, cansados de todas las imposiciones de
los últimos gobiernos, desesperados por el conjunto de impuestos decretados en los últimos 26 años incluidos
los determinados por los presidentes François Mitterrand, Jacques Chirac,
Nicolás Sarkozy, François Hollande y este de Emmanuel Macron. En estas
circunstancias los Chalecos Amarillos son un nuevo actor o sujeto político que
recogen la inconformidad almacenada en el curso de diferentes gobiernos. El
salario promediado de la clase media llega a 1.200 euros y la elevación de los
combustibles les restaría al menos 300 euros mensuales. Sin confundir con el
salario mínimo que, no está grabado en Francia con ninguna retención en la
fuente.
Un caso similar y excepcional se presentó en
Colombia a mediados del siglo XIX, en 1854 con la confrontación de dos sectores
sociales, entre artesanos de ruana y exportadores con casacas, o sea entre
proteccionistas y librecambistas, coincidencialmente ambos sectores influidos
por el liberalismo pero divididos ideológicamente en dos fracciones: los
draconianos y los gólgotas, en medio de los gobiernos liberales de José Hilario
López y el de José María Obando, con las últimas reformas constitucionales
contra el conservatismo anterior en el ejercicio del poder. Los artesanos que
eran un producto específico del trabajo postcolonial estaban laborando como
manufactureros de telas, sombreros, alpargatas, ruanas, paños y en varios
oficios etc., en el contexto de una sociedad republicana aún sin industrias
pues la revolución industrial en Europa apenas estaba irrumpiendo. Los
artesanos ante el impulso del librecambio como política económica aceptada por
el Congreso y no regulada por los gobiernos de López y Obando, reaccionaron
para obtener la disminución de las importaciones de productos ingleses que los
afectaban, entonces ante las dubitaciones de Obando para asumir una posición
férrea, apoyaron a José María Melo para que asumiera el poder con un golpe de
Estado que no estaba fraguado para él sino en forma de autogolpe, si Obando
hubiera aceptado el cambio de política pública.
Esa toma del poder que insuflaron los artesanos
como sector social integrado por subsectores contra el sector social de la pequeña burguesía importadora,
fue similar también a la revolución de 1848 en Francia contra el gobernante
Luís Felipe, animados por los socialistas utópicos como Lamartine y
Ledró-Rollin, burgueses progresistas que habían leído a los socialistas
utópicos Fourier, Saint Simón, Owen y Caber, los mismos autores que había leído
José María Melo durante su estancia europea entre 1836 y 1840.
Otro antecedente de reacción de sectores
sociales (paperos, arroceros, cafeteros, camioneros, etc), en concordancia con
objetivos de aspiración laboral y satisfacción de necesidades, en Colombia, se
dio con el paro agrario nacional campesino del año 2013, que terminó aglutinado
en la Mesa Nacional Agraria, este paro no se puede afirmar tajantemente que
haya sido una revuelta del campesinado como movimiento social, esa es la
diferencia. Fue una coyuntura aleccionadora, pero en Colombia los sectores
sociales no se han organizado permanentemente como sujetos políticos,
precisamente por la dificultad para organizarlos bajo un objetivo común, porque
sus angustias y reclamos son sectoriales.
Al
iniciarse el postconflicto, así sea por la dejación de las armas y el cese al
fuego definitivo con una sola guerrilla, la reconstrucción social de Colombia
requiere del reconocimiento a los movimientos sociales y a la pluriculturalidad
despectivamente tratada (campesinos, indígenas y afrodescendientes). Nadie va a
agenciar las necesidades de ellos y sus requerimientos, ni los partidos
políticos, ni los gremios, solo ellos: los sectores sociales y los movimientos
sociales (hay que diferenciarlos por la forma de actuar), como grupos
poblacionales que también requieren atención para avanzar en los logros de un
verdadero Estado Social de Derecho. Cada movimiento social a su vez representa
intereses específicos, inevitable será tratarlos con esas características, por
lo menos existe el Decreto que reconoció a la Cumbre Agraria, Campesina, Étnica
y Popular para visionar y tratar el grueso de temas a ventilarse en el
desarrollo del postconflicto. En el caso francés de los chalecos amarillos
convergieron los sectores sociales por la coincidencia de la reclamación
fiscal-antitributaria que los agobia. Se aunaron para enfrentar al gobierno
disfrazado de centrista.
Dentro del libro Movimientos sociales y protestas, expuse que, el postconflicto requiere de la ampliación de
la Democracia para encontrar formas directas, viables, expeditas donde se
tramiten las reclamaciones y se hagan efectivas, evitando así la violencia, las
exclusiones y la burla a la justicia social. En Colombia lo que está en crisis
también son los mecanismos de participación del artículo 103 de la Constitución
y las talanqueras que creó la Ley 134 de 1994: Los movimientos sociales no
creen ya en los formulismos y la sofisticación de estos mecanismos, en un 65%
inanes e infructuosos. Además, los
partidos políticos no abogan de lleno por ellos, podrán invocar la problemática
pero los movimientos sociales no creen en los partidos políticos tradicionales
ni en lo que han aparecido como transmutación o mezcla de los tradicionales.
Además la falta de coherencia y comportamiento sin disciplina ideológica ni de
bancadas les produce escepticismo y desconfianza.
Por: Alberto Ramos Garbiras | Con
especialización en derecho Constitucional, Universidad libre; Magíster en
Ciencia Política Universidad Javeriana; PhD, Doctorado en Política
Latinoamericana, Universidad Nacional de Madrid (UNED- España); ha sido
profesor de derecho internacional y ciencia política en la Universidad Libre.