La campaña electoral 2018 hasta el 11 de
marzo día de las elecciones para Senado y Cámara de Representantes, y dos
consultas abiertas, ha estado llena de exaltación de los ánimos, crispado el
ambiente político y polarizadas las posiciones virulentas, como no había
ocurrido con tanta notoriedad desde el año 1991. La intolerancia se tomó las
redes sociales con bulos, mentiras prefabricadas, insultos y calumnias sin
autor conocido. Y las plazas públicas o los espacios escogidos para el
despliegue del proselitismo fueron copados por ataques verbales, huevos
arrojados a los candidatos, vidrios rotos de los carros de las caravanas y consignas
radicales.
Lo más paradójico es el origen de esta
polarización, la firma de la Paz con concesiones a una guerrilla no vencida
militarmente. La Justicia transicional para los desmovilizados y la conversión
en partido político alteraron el temperamento de una derecha intolerante, así
se expresaron con anticipación durante el plebiscito de octubre 2016, cuando
distorsionaron el contenido de los acuerdos para exacerbar la conducta de los
electores. Error que cometió el presidente de la República al someter la Paz a
votación, siendo un bien supremo y teniendo la legitimidad lograda en la
elección del 2014, no era necesario; además, porque la paz es un derecho para
todos, un bien común, y por ende contra mayoritaria. La Paz hay que lograrla y
no consultar sobre ella.
Otra paradoja, todo esto ha ocurrido en medio
del desperfilamiento de los partidos políticos que, desde el año 2002
comenzaron a aparecer como nuevas formaciones políticas y en el fondo no eran
sino nuevas fachadas con personería jurídica del bipartidismo transmutado,
liberales y conservadores reagrupados alrededor de la figura presidencial,
crearon Colombia Democrática, Alas Equipo Colombia, Convergencia Ciudadana, se
fortaleció Cambio Radical, apareció después el partido de la U, etc. Todos giraron alrededor de Álvaro Uribe, que
se había deslizado del partido liberal. Fueron ocho años de un
pequeño Frente Nacional, y se repitió la formula con los 8 años de Santos
en la presidencia, así se desideologizaron más los partidos y se desperfilaron,
hasta atomizarse o fragmentarse y autodestruirse por una especie de
nanopartidismo, o sea cada congresista, en virtud del voto preferente se volvió
en el líder de sí mismo y realizaba las transacciones o canje de votos por
proyectos y leyes, hasta dejar vacíos de ideología a los partidos políticos.
Irrespetaron la ley de bancadas, el transfuguismo hizo carrera.
Y la oposición se la dejaron a los
“nuevos”, el Polo Democrático y el Partido Verde. El primero se fue difuminando
después del éxito relativo de Carlos Gaviria Díaz; la corrupción por el
carrusel de contratación de Bogotá acabó con la prestancia del Polo una
agrupación de movimientos políticos, y dejó solo dos voces notorias e
importantes, Robledo y Cepeda. Y en el Partido Verde, los egos, la falta de
coherencia, la incapacidad de sus líderes exalcaldes, y el oportunismo lo han
ido desdibujando, pero sigue siendo un partido importante para la
reconstrucción de la Democracia en Colombia.
Desde el 12 de marzo de este 2018
empieza la recta final de la campaña presidencial precedida de esta campaña al
Congreso y de una polarización entre la derecha y la izquierda y quienes se
disputan el centro político. Las coaliciones se han conformado, unos se
fortalecen, otros transitan en solitario, pero en una coyuntura electoral como
esta, nadie puede ganar en la primera vuelta sin coalición, y ni quienes la han
conformado podrían lograrlo.
Por:
Alberto Ramos Garbiras.
Politólogo,
Universidad Javeriana.