Cali figura entre las 10 ciudades más
peligrosas del mundo y como la segunda ciudad más violenta de Colombia. El
miedo está esparcido por toda la ciudad convertida en un matadero a cielo
abierto. Entre los años 2000 al 2015 fueron asesinadas en Cali casi 28.000
personas así lo demostraron los periodistas Lina Uribe, Hugo Mario Cárdenas,
Ossiel Villada y Ana María Saavedra, haciendo un estudio de gabinete, como
ejercicio del periodismo de datos, con la publicación titulada “El mapa de la
muerte: quince años de homicidios en Cali”.
Según el Instituto Nacional de Medicina Legal
durante el año 2017, Cali fue la ciudad que registró la mayor cantidad de
asesinatos en Colombia, 1.190. Dentro del mes de enero 2018 fueron asesinadas
de manera inmisericorde 91 personas. En febrero el exconcejal Michel Maya fue
atracado dos veces en solo 8 días, en el mismo sitio, detrás del Hotel
Intercontinental, en Cali esa violencia urbana extendida disminuye la calidad
de vida porque las personas reducen los espacios donde se mueven, no pueden
gozar los espacios públicos de la ciudad con tranquilidad. Y parte de las
potenciales víctimas, todos los que poseen bienes, se enferman por el pánico y
la tensión diaria ante el eventual ataque súbito. Por la inseguridad urbana
aumenta el enrejamiento de casas y apartamentos, y los más solventes tienen que
acudir a la compra de inmuebles en unidades residenciales cerradas, aislándose
de otras zonas de la ciudad y gravando la economía familiar.
Las formas más notorias de producción de
muertes han sido el microtráfico, las venganzas privadas a través de sicarios y
las confrontaciones de pandillas. Muertes en asalto a residencias, violencia
intrafamiliar, robos callejeros, fleteos, hurto de celulares organizados por
motociclistas y ladrones de a pie, venganzas, atraco a restaurantes y hurtos
famélicos; despojo de pertenencias, son los actos más recurrentes cometidos por
actores individuales que salen al rebusque violento. Y un delito de mucha
frecuencia: la extorsión.
La comuna 21 es una de las más azotadas por
la violencia, zonas delimitadas de manera invisible, son fronteras que no se
deben cruzar, las pandillas dominan esos territorios. La delincuencia juvenil
causa gran daño porque la inimputabilidad que gozan hasta ahora los hace objeto
de búsqueda para ser contratados por cerebros asesinos, instrumentalizados y
convertidos en mano de obra criminal.
Por la inseguridad urbana crece el ejército
de vigilantes de seguridad privada con una gama de uniformes que parecen
ejércitos de varios países desfilando en moto por la ciudad: ejércitos
decorativos e inservibles. Su papel disuasivo, no efectivo, es conocido por los
delincuentes armados y activos.
Hace varios años escribí que en Cali los
funcionarios de la Alcaldía, ante la imposibilidad de frenar la violencia con
una política criminal seria y efectiva, se inventaron una variable amorfa de la
Violentología, la muertología, ante la
falta de aplicaciones rigurosas para comprender la epidemiología de la
violencia. La muertología es una técnica
perversa que consiste en contar y descontar muertos para demostrar por meses,
trimestres, semestres o cada año, de acuerdo a la época que se presente el
informe, un “mejoramiento de la seguridad” resaltando un número de muertos
menos, en uno u otro período.
La muertología, he podido inferir, tiene
cuatro formas de ilusionismo, engaño y quiromancia jugando con lo letal de las
cifras. 1) No acumular ni cruzar la información con las cifras de cadáveres que
registra la Fiscalía General de la
Nación, Medicina Legal (la Morgue), la Policía Nacional, por eso los datos no
concuerdan con los de CISALVA que si suma todas las fuentes de información. 2)
Quitar o restar muertos en las fechas significativas: día de la madre, del
padre, durante la feria, del 24 o del 31 de diciembre, etc. 3) Descartar
algunos muertos porque la persona llegó herida desde alguna parte del área
metropolitana. Esto sin narrar aquí la disputa por el trasteo y peloteo de
cadáveres desde Yumbo o Jamundí, marrullas de la Fuerza Pública para demostrar
cada comandante efectividad desencartándose de los cadáveres anónimos o NNs. 4)
No contar a los sobrevivientes de los asaltos porque no murieron en el acto, no
hubo levantamiento del cadáver, aunque muera después. Esa vístame queda
figurando en la lista de lesiones personales. Esto se podría comprobar
comparando las listas de los hospitales y centros de salud, y cruzando las
cifras con los atracos callejeros, robo de residencias, carros, motos, etc.
Por:
Alberto Ramos Garbiras.