Por: Alberto Ramos Garbiras.
La polarización de la sociedad catalana
después del primero de octubre ha aumentado y el porcentaje de personas que
según los sondeos de opinión, se inclinan por la independencia, ha aumentado
hasta el 55%, cuando en el año 2010 era del 20% y en el 2014 del 40 %, solamente
. Una situación convulsa con un despertar del nacionalismo por las agresiones,
golpes y ultrajes múltiples sufridos por los ciudadanos que solo querían votar
y proteger las urnas que la policía
nacional decidió sacar de las escuelas
para impedir la votación.
La declaración de independencia que realizó
el martes 10 el Presidente de la Generalitat catalana, Carles Puigdemont,
apoyado en los casi 2.5000.000 de votantes en el referéndum, y la consiguiente
suspensión de la medida, para abrir el diálogo con el centro del poder español,
creó más expectativas e inquietudes por las consecuencias que puedan sobrevenir
ante una ruptura definitiva(y los efectos financieros internos y el
relacionamiento con la Unidad Europea) ; o el aparecimiento de un renovado
modelo autonómico con otro encaje constitucional para no fracturar la unidad
española.
Este proceso de reclamación tendiente a
fortalecer la gobernanza catalana y suprimir inequidades presupuestales (la
economía catalana es igual a la portuguesa), se ha ido impregnando de un mayor
nacionalismo y brotes de populismo agitacional y discursivo, dando lugar al
brote de un movimiento social independentista
con pujanza propia, aparte de los impulsos institucionales dados por la
dirigencia de la Generalitat y por los
partidos que la apoyan (CUP, PDCAT y
Esquerra Republicana).
Nacionalismo y autodeterminación son dos
componentes válidos para cualquier nación que pretenda autodeterminarse, tienen
derecho a organizarse y acudir a la desobediencia civil ante el quiebre del
orden jurídico español erosionado por la corrupción y las tropelías.
Trescientos años de absorción desde 1714 con la toma militar que realizó Felipe
V; o la judicialización de un osado gobernante como Compayns que en 1934 declaró la independencia, luego encarcelado y
después fusilado por el régimen franquista. Más 40 años de dominación del
falangismo practicado por Francisco Franco. Y máxime si históricamente los
catalanes han sentido el sometimiento y el desdén de los sucesivos gobiernos centrales.
En este momento se vive en España una situación caldeada. Se trata de una pugna
entre soberanías como elemento constitutivo del Estado. La soberanía popular
regional catalana que la nación ejerce a través de sus delegados elegidos desde
la Generalitat porque consideran injusto el trato dado desde Madrid, apuntalada
por la soberanía popular directa de la gente que asistió a votar; contra la
soberanía que esgrime el Presídete del Gobierno central Mariano Rajoy ,apoyado
en la normativa constitucional y el reclamo de la Unión de un reino republicano
con democracia parlamentaria ,en medio de la pluralidad de naciones que
coexisten en el territorio ibérico. Pero deslegitimado por la corrupción
comprobada y la adscripción a un Estado monárquico que ya la gente no respeta por lo inoficioso
de la figura medioeval anclada en el siglo XXI sin que hubiesen consultado los
últimos dos reyes Borbones en un referéndum, si la gente quiere continuar con
una institución que ya no cumple funciones gubernamentales y que emergió
nuevamente del brazo de una dictadura.