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18 jul 2024

La justicia ordinaria ha sido siempre disfuncional

Texto de Alberto Ramos Garbiras (*)

El principal obstáculo para avanzar hacia una paz total (una quimera), es la justicia ordinaria que no funcionó durante el conflicto armado con las FARC (durante 52 años, 1964/ 2016), ni después de firmada la PAZ, ni ahora. Un aparato de justicia interferido por los estados de sitio que, con decretos extraordinarios pretendió combatir a los actores armados de diferente naturaleza y suspendía el derecho penal interno ordinario por largos períodos. Y no procesaron a los actores armados porque el ejército institucional nunca los venció para entregarlos a esa justicia, por eso JM Santos emprendió un proceso de PAZ que dejo incompleto y el siguiente gobierno (Iván Duque) no lo implementó, sino que lo torpedeó y lo hizo trizas.

 Y se agravó con una profundización de la politización de la justicia y esto tiene que ver con varios factores, entre ellos la corrupción de los jueces y magistrados; la pertenencia a partidos políticos que les han ayudado a ascender por las trampas a los concursos de méritos y la transgresión de los parámetros de la carrera judicial; también por la debilidad o falta de criterio de los jueces y magistrados que se dejan deslumbrar por el poder ejecutivo dentro del presidencialismo ; el desequilibrio de las tres ramas del poder que se perdió desde que se aprobó la reelección presidencial, quedando los magistrados a expensas del ejecutivo por la forma de selección, entrampados por el paso ante el Congreso y subsumidos al mismo poder del reeleccionista que los subyugó, o del ejecutivo central que, ya desmontada la reelección, el desequilibrio de  las ramas estaba en marcha y tiene secuelas.

La fiscalía General de la Nación ha sido una decepción. La mayoría de los fiscales generales se han dejado seducir por la vía política, pocos meses después de posesionados ya albergan la idea de ser presidentes del país. En algunas ocasiones no saben ni derecho penal, como sucedió con Alfonso Valdivieso, con Luís Camilo Osorio, con Néstor Humberto Martínez y con Francisco Barbosa. Se dejan seducir por el presidente que los ternó o traicionan al ternador para aspirar desde otra orilla, tienen el mismo o similar espíritu de los vicepresidentes, la ansiedad por el poder y la compulsión política los carcome.

Frente a la PAZ que es la aspiración máxima de toda la sociedad y el objetivo básico de cualquier Democracia, como se ve en el enunciado normativo- teleológico del preámbulo. Pero algunos de ellos se han dedicado a sabotear la paz. Ya sea con entrampamientos para crear desertores que reinicien la guerra, y otros para trancar las propuestas de diálogos, desmovilizaciones, arreglos, treguas y la reinserción. So pretexto de que esas iniciativas rompen el estado de derecho, cuando desde sus mismas instalaciones algunos fiscales a cargo de casos especiales no trabajan y otros son cómplices de delincuentes, como se observa frecuentemente en el registro de los noticieros. Situación probada en varias ocasiones y como principal ejemplo, el caso Mancera.

La justicia espectáculo, la politización de la justicia, la venalidad de los jueces, el cartel de la toga, los jueces grabados por cámaras ocultas o smartphone desde cualquier rincón in  flagranti recibiendo dinero; los mismos extorsionados denunciando a los jueces; o ex amantes narrando como actuaba el juez enamorado que sedujo a la amanuense y luego fue denunciado; toda esa venalidad ha llevado al descreimiento de los ciudadanos en la justicia, lo cual hace perder lo más valioso que Norberto Bobbio llamó, la adhesión espontánea a las normas, o sea el cumplimiento de los ciudadanos al estado de derecho, se pierde por el cúmulo de noticias sobre  corrupción dentro de la justicia; o por inoperancia, quedando las personas sin aliento de denunciar o contribuir como testigos, y en definitiva quedando a merced de NO ver la justicia idealizada e irrealizada y así, buscan acudir también al incumplimiento o a ejecutar la justicia privada. Arreglos de cuentas que aumentan la violencia.

La Justicia Especial de Paz (JEP) es precisamente una justicia de transición para procesar a los actores armados que la justicia tradicional nunca pudo procesar, porque no habían sido vencidos por las fuerzas armadas y porque la justicia no operaba en zonas del conflicto por el miedo a proceder. Cuando se creó la JEP comenzaron inmediatamente a desmontarla, y ahora tratan de descalificarla y desprestigiarla. La misma Corte Constitucional avaló las mutilaciones, cuando excluyó a los empresarios financiadores de su órbita. La justicia ordinaria no funcionó durante el conflicto 1964/2016, ahora el conflicto está multiplicado por la variedad de actores armados, y desideologizados por la continuidad de la ilicitud en el mercado de la cocaína que alienta las micro-guerras por el enriquecimiento ilícito.

La gente del común y los analistas, después de 205 años con guerras civiles, guerras locales, conflictos de variado origen, violencias desbordadas,  y actividades multicrimen,  se preguntan, ¿cómo lograr la paz?; ¿ por qué se han reciclado las formas de violencia con la producción de enfrentamientos diversos (terratenientes contra colonos, esmeralderos, narcotraficantes, minería criminal, mafias regionales, actores políticos excluidos, etc.), y cada solución se incumple?; por qué no sirve la aplicación de las experiencias anteriores, con acuerdos suscritos en  otros procesos de paz?, o si la relación política y guerra es inescindible.

En el texto de una columna anterior titulada Paz parcial o paz total, expresé que, la PAZ es un anhelo de todos, pero en Colombia ha sido esquiva, siempre alguien la sabotea, la incumple. Cuando se logra, reaparece otro ciclo de violencia y/o nuevas formas de enfrentamiento. Son incontables los pactos de paz desde el siglo XIX con: Exponsiones, amnistías, armisticios, indultos, treguas, reformas constitucionales, desmovilizaciones, etc. Inclusive, anhelamos la PAZ desde antes de que nuestro territorio se transformara de Virreinato a Estado-Republicano. Por eso se realizó la guerra de independencia, para expulsar a los españoles, lograr la libertad y tener PAZ. Y una vez expulsados los invasores empezaron los caudillos agrarios a disputarse las partes del territorio liberado, y los bastiones, sin grandeza, pero si con bajezas para cada uno figurar y continuar almacenando poder que se fraccionó por figuras como el General Santander, José Antonio Páez, Juan José Flórez, José María Obando, José Hilario López, Tomás Cipriano de Mosquera. Esas disputas las llevaron hasta 1854. Los nuevos gobernantes desde 1863 reprodujeron conductas similares.

Como lo expresé en una columna publicada en este Diario Occidente, en el año 2014, titulada La Paz Difusa, en Colombia, la criminalidad de los delincuentes comunes y los delitos de los actores políticos armados se interconecta con las conductas torcidas de la clase política clientelista/contratista, instalados en el aparato estatal, dispersos en municipios y departamentos. Colombia necesita la ampliación de la Democracia, reformando la justicia de verdad, y algunas instituciones, para mejorar la salud, la educación y desarrollar derechos sociales inestrenados, y reformar los defectos subsistentes del sistema electoral, entre otros aspectos. Pero sin lograr la PAZ continuara defectuosa la vida democrática, porque la violencia interna dispersa en guerras simultáneas, mezclada con otras violencias multicrimen otras, no dejan funcionar el derecho.

(*) Abogado con especialización en derecho constitucional de la Universidad Libre, Magíster en Ciencia Política (Universidad Javeriana).