Texto de Alberto Ramos Garbiras. (*)
Joe Biden, nuevo presidente de los EE.UU, un
demócrata serio, preparado y cuerdo. Reemplazará a Donald Trump, un hombre sin
conocimiento de las relaciones internacionales, ni del Estado, impreparado e
impulsivo. El mundo ha estado en vilo estos casi 4 años, corriendo riesgos por
las intrépidas acciones que desplegó Trump contra Corea del Norte, Irán,
Afganistán, Irak, Palestina y otros países. Se peleó de manera caprichosa con
sus colaboradores más cercanos, con su abogado y con asesores. Estos lo
acabaron de desprestigiar revelando sus sandeces, equívocos y conducta
errática. Biden hizo una campaña serena, mesurada y anunció acogerse al acuerdo
del Cambio Climático, París 2015, la mejor decisión para la humanidad. Hasta el
sábado ya entrando la tarde se confirmó que Biden superó los 270 votos claves
dentro del Colegio Electoral, llegando a 290 y faltaban estados por
consolidar la información.
Los televidentes y usuarios de las redes sociales
en todo el planeta volvimos a escuchar la enredada conformación y
funcionamiento del Colegio Electoral que decide quién es el
presidente, solo se reunirá el 14 de diciembre, pero de las cifras obtenidas
depende la decisión que tomarán 538 miembros. En los EEUU rige un sistema
presidencialista-federal, pero la votación de la ciudadanía no elige
directamente al presidente, cómo en Colombia, sino indirectamente, como en el
sistema parlamentario, pero no se hace dentro del parlamento con las mayorías
de los legisladores elegidos. Se hace de manera diferida en un Colegio
Electoral con un número igual al de los senadores y representantes a
la cámara, son 538 personas solo seleccionadas para ritualmente votar por el
presidente electo (líderes políticos de los estados, donantes o personas
afectas a los partidos). Un vetusto sistema electoral que rige desde 1787
creado en Filadelfia para impedir el voto directo de los afrodescendientes en
todo el país.
En Colombia tuvimos el sistema del Colegio Electoral en el curso
federalista del Siglo XIX. “El presidente de la República y su
vicepresidente, por lo general fueron elegidos por sufragio indirecto o de
segundo grado, por asambleas o consejos electorales, que decidían en votación
colegial el Jefe de Estado, sus senadores y representantes, por simple mayoría
absoluta al comienzo, y después por mayoría absoluta. El Congreso decidió
algunas veces en ballotage la sucesión presidencial y vicepresidencial (…) Sin
embargo, ello no fue realidad sino una sola vez, en 1856, cuando elegido por
votación popular directa el presidente, Mariano Ospina Rodríguez, para un
período de cuatro años, (1857 a 1861), se produjo el alzamiento que generó la
única revolución triunfante en Colombia: la encabezada por el General Tomás Cipriano de Mosquera, quien había sido electo presidente, entre 1845 y 1849.
Sobre esta excepción se basó la regla general electoral de votación indirecta y
de segundo grado por colegios y organismos electorales” (Gómez Lobo). En 1849 la elección de José
Hilario López (Liberal), apoyado por los artesanos, se realizó de manera
indirecta, el Congreso de 84 miembros actuó como Colegio Electoral reunido en
el templo de Santo Domingo el 7 marzo, se requerían 43 votos para
ganar, procedieron a la elección ante la falta de una mayoría clara entre los
tres candidatos, ninguno con mayoría absoluta en las urnas, dos conservadores
(Rufino Cuervo y José Joaquín Gori). Se hicieron 4 rondas de votación hasta que
José Hilario López logro 45 ante este cuerpo colegiado: Lo cual conllevó a
trastornos y conatos de violencia. “…en la época del federalismo pleno (1863-85)
hubo una descentralización total del sistema electoral, que permitió a los
Estados soberanos organizar las elecciones de la manera que más les gustara; y
mientras algunos reafirmaron el sufragio democrático, por lo menos en lo que al
hombre se refería, otros volvieron a restringirlo”. (Bushnell)
Con la expedición de la Constitución de 1863 o
de Rionegro, el país pasó a llamarse Estados Unidos de Colombia, se
redujo el período presidencial a 2 años y se prohibió la reelección inmediata.
El artículo 75 creó un Colegio Electoral,
bajo el siguiente tenor: “La elección del presidente de la
Unión se hará por el voto de los Estados, teniendo cada Estado un voto, que
será el de la mayoría relativa de sus respectivos electores, según su
legislación. El Congreso declarará elegido presidente al ciudadano
que obtenga la mayoría absoluta de los votos de los Estados. En caso de que
ninguno tenga dicha mayoría, el Congreso elegirá entre los que reúnan mayor
número de votos”. Es decir, un Colegio Electoral de 9 presidentes seccionales de los
estados Soberanos de: Antioquia, Bolívar, Boyacá,
Cauca, Cundinamarca, Magdalena, Panamá, Santander y Tolima.
Rafael Núñez , cuando decidió separarse
de los liberales Radicales, ideó la estrategia de ganarse la presidencia de los
estados soberanos regionales con amigos que lo eligieran para 1880, utilizó al
presidente de la Unión, Julián Trujillo, llevando a cabo un plan de alentar
guerras regionales disfrazadas de intervención militar con el ejército nacional
de la Unión para resolver problemas de orden público, o sea golpes de estado
simulados, así logró la mayoría de votos para ser presidente la primera vez, luego
fue presidente tres veces más y alargó el periodo a 6 años en la reforma
constitucional de 1886. Violó así de manera torticera el artículo 19 de la
Constitución de Rionegro que expresaba: “El Gobierno de los Estados
Unidos no podrá declarar ni hacer la guerra a los Estados sin expresa
autorización del Congreso, y sin haber agotado antes todos los medios de
conciliación que la paz nacional y la conveniencia pública exijan”. Podría
decirse que 8 guerras civiles del siglo XIX en Colombia el factor del fraude
electoral fue una de las causas, unas con el acento religioso, otras por el
modelo territorial, otras las disputas entre terratenientes esclavistas contra
liberales progresistas, la confrontación interpartidista, pero con firmeza, las
guerras civiles de 1885, 1895 y 1899, las tres últimas del siglo fueron de
carácter político y básicamente impregnadas del fraude electoral.
En EEUU cada Estado federal tiene un número de
cupos de acuerdo a la población total de cada uno. En general el censo
electoral llega a la cifra de 218 millones aptos o habilitados para votar. El
candidato que más votos obtenga en las urnas por mayoría simple, se lleva todos
los asientos de ese Estado (winer take all) el ganador se lleva todo.
Para el votante esto puede parecer un raponazo porque le trasladan sus votos al
mayoritario, distinto en los sistemas de mayoría simple o con doble vuelta
donde, después del escrutinio final se proclama al ganador, pero los votos del
perdedor siguen en la contabilidad a su nombre y partido político, solo que al
ganador se le otorga la legitimidad del triunfo y el reconocimiento de la entidad
electoral le da la credencial de ganador. Por ejemplo, California tiene 39
millones de habitantes y 55 cupos en el Colegio Electoral, Texas 38 cupos, Nueva York 29, Michigan 16, Carolina
del Norte 15, Wyoming 3, Florida 29, Arizona 11, Illinois 20, Idaho 4, etc., y
en cada Estado rigen normas electorales diferentes. Los habitantes de Puerto
Rico y Guan no tienen representación en el Colegio Electoral. Por eso la elección del día 3 de noviembre se
convirtió en 51 elecciones paralelas. Deberían ser los congresistas electos ese
mismo día los que conformen el Colegio
Electoral porque son elegidos por el pueblo y pertenecen a los
partidos concurrentes a la elección, pero lo conforman otros. Esa votación
indirecta a través del Colegio
Electoral aproxima el presidencialismo norteamericano al
parlamentarismo europeo para elegir el jefe del ejecutivo, pero de manera
deformada, porque las mayorías del partido político ganador y su coalición en
el parlamento le dan el triunfo; en EEUU tienen que ser mayorías del partido en
todos los estados, esto mutila el pluripartidismo, deja en indefensión a las
terceras fuerzas y fortalece al bipartidismo, de contera se exponen a los infieles
o traidores que se atrevan a cambiar la reglas del juego, dejando la voluntad
popular de los partidos minoritarios sin opción de pertenecer al Colegio Electoral
Los miembros del Colegio Electoral no
tienen votos populares son elegidos por la convención del partido o son
legisladores regionales, y su responsabilidad no está clara porque podrían
cambiar el voto. Solo en 33 de los 51 entes territoriales con delegados
al Colegio Electoral,
tienen leyes que exigen que voten por el candidato prometido; en otros como
Oklahoma pueden ser denunciados por incurrir en delito grave. Aunque no ocurre
con frecuencia, esto le resta estabilidad a la Democracia norteamericana. O
sea, el sistema electoral no es equitativo.
Allyson Waller, analista política y reportera del
periódico New York Times, hizo una reflexión que resume
esta inequidad, reseñada por muchos autores en diferentes columnas de prensa.
En el año 2000 Al Gore sacó más votos populares en las urnas y menos en
el Colegio Electoral, por
la disputa en el Estado de la Florida (se hizo recuento) y luego debate
judicial ante la Corte Suprema de Justicia, perdió ante George Bush Jr. En el
año 2016 Hillary Clinton ganó en las urnas y perdió en el Colegio Electoral; en 1888 el Sr
Grover Cleveland, perdió habiendo obtenido más votos en las urnas, y el
aspirante Benjamín Harrison, ganó con menos votos, pero logró más electores del
Colegio Electoral; otros dos presidentes que alcanzaron el triunfo con menos
votos populares fueron: Quincy Adams (1824) y Rutherford Hayes (1876). Otros
han ganado con una mayoría relativa (sin superar el 50%, que podría verse como
falta de legitimidad, pero el sistema lo admite, como ocurrió con tres
presidentes de prestigio internacional: Lincoln en 1860, Kennedy en 1960 y
Clinton en 1992. Las regiones-Estado los han ungido con el voto de los
delegados. Evidentemente el sistema electoral norteamericano es vetusto y
desfasado, pero las reformas intentadas se han frustrado. Esa votación
indirecta no es similar al parlamentarismo ni al presidencialismo, es un
híbrido amorfo que trae consecuencias internas y externas, miremos este
razonamiento y explicación.
Precisamente sobre los triunfos inequitativos
de George Bush (año 2000) y Donald Trump (año 2016), respecto a la votación
popular, citados en el párrafo anterior, el jurista y columnista Rodrigo
Uprimny, escribió una columna titulada “Un constitucionalismo
cosmopolita”, donde basándose en el concepto del filósofo alemán
Emmanuel Kant, sobre el cosmopolitismo expuesto en el ensayo “La paz
perpetua”, uno infiere que acerca de la ciudadanía universal, todos los
ciudadanos del mundo deberían tener tránsito libre para recorrer los diferentes
países, sin talanqueras, obstáculos, muros, visas y prohibiciones porque el
planeta tierra es de todos; así mismo la seguridad debería ser mundial y la
gobernanza multilateral (la ONU)
actuar preventivamente para evitar amenazas como las del terrorismo, el
Covid-19 o el cambio climático. Los derechos humanos son patrimonio de la
humanidad en la Declaración Universal de 1948, pero en la
práctica solo rigen con dificultad y mutilaciones dentro de las fronteras de
cada país. Deberían regir de verdad en todas las naciones, aquí está el quid
del asunto. Como hacer para que imperen los derechos humanos, y de esa misma
manera que se expandan otras garantías, las sociales y las ambientales. Hay que
encontrar la forma de hacerlo para que además funcione la multilateralidad y
que la gobernanza de la ONU sea respetada, podría ser con una constitución cosmopolita, o
mundial, producto de un pacto entre los organismos multilaterales o con una
modalidad de imperancia de los ODS de la misma ONU. Esta aspiración kantiana de
una u otra forma ha sido trabajada teóricamente por autores como Ferrajoli y
Habermas.
El investigador socio jurídico, Rodrigo
Uprimny, refiriéndose a las elecciones del 3 noviembre en los EEUU, con ese
defectuoso sistema electoral, dice que conlleva a una discrepancia entre
decisiones nacionales que tienen efectos globales, sugiere que la Democracia y
el constitucionalismo no deberían estar atrapados en el marco del
estado-nacional. El triunfo de George Bush sobre Al Gore, agravó el
calentamiento global. Es decir, una elección nacional (con sus defectos) tuvo
repercusión mundial al reconocer como triunfador a un negacionista con
intereses en la industria del petróleo sin importarle los daños a la atmósfera
que, además adelantó la invasión a Irak alentado por los halcones y petroleros
con el lobby ante Dick Cheney, desconocieron al panel de cambio climático de la
ONU y sus recomendaciones, lo mismo que las directrices de las cumbres
mundiales sobre el tema. 20 años de daños a la atmosfera que se habría evitado
si a Gore se le hubiera reconocido su votación sin truculencias. Y ahora Trump
habiendo perdido pretende quedarse en el poder con la ficción de un fraude,
como si la Democracia de ese país pudiera ser manipulada por la vía africana o
centroamericana, y de muchos otros sitios. A ese nivel llegaron por haberle
tolerado 4 años de desquiciamiento. El daño podría ser mayor si hubiera sido
reelegido. Evidentemente perdió e insiste en quedarse, no reconoce aún el
triunfo de Biden, impide el empalme administrativo para allanar la transición,
tratará a la brava continuar al mando convirtiendo la transición democrática en
una comedia de equivocaciones.
Donald Trump, otro negacionista, no ganó
en las urnas (2016) y su gobierno desestabilizó la institucionalidad interna de
los EEUU y alteró el orden mundial. Con Trump la cuestión racial pasó al rojo
vivo, la supremacía blanca se empoderó, el acceso a la salud fue diezmado,
conservatizó la CSJ asegurando
tener la mayoría de votos para un diferendo electoral, no frenó el
porte de armas y crecieron las matanzas ejecutadas por tiradores lunáticos,
desconoció a la OMS e hizo un manejó caótico sobre la pandemia; gobernó
virtualmente con twitters a punta de fake news(mentiras); sobre el cambio
climático no se adhirió al acuerdo de París y sus ODS, enrareció las relaciones
con México insistiendo en el muro antinmigración, entorpeció los trámites del
derecho de asilo; conmocionó oriente medio con acciones intrépidas contra
Irán(ordenó el asesinato de Quessen Soleimani, y desconoció del pacto nuclear
suscrito por Obama 2015), se inventó un Ucrania-gate preparando el desprestigio
del contrincante Biden, se entrometió en el diferendo Israelí-Palestino al
reconocer a Jerusalén como capital de Israel; más otros disparates y
barrabasadas.
Bibliografía.
Bushnell David. “Las elecciones en el siglo XIX”. www.banrepcultural.org
Gómez Lobo Alirio. “Las elecciones en Colombia”. www.scielo.org.co, 1999.
Uprimny Rodrigo. “Un constitucionalismo cosmopolita”. Columna publicada en el periódico El
Espectador. Noviembre 8 del año 2020.
Waller Allyson. “El Colegio Electoral: ¿qué es y cómo
funciona?”. Columna publicada en el periódico New York Times. Noviembre
3 del año 2020.
(*) Magíster en
Ciencia Política (Universidad Javeriana); PhD en Política Latinoamericana,
Universidad Nacional de Madrid (UNED- España); profesor de las cátedras:
derechos humanos y derecho internacional, en la Universidad Libre.