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31 oct 2020

Estatuas, espacio público y memoria histórica.

Texto de  Alberto Ramos Garbiras (*)

       Cada pueblo y sus primeras generaciones crecen con una cosmogonía, creencias y formas de ver su entorno: Con politeísmo o monoteísmo. Y su relación con la naturaleza. América al momento de la llegada de los españoles no se encontraba en la etapa de la comunidad primitiva: Había una agricultura avanzada. Entonces es un despropósito calificar a las comunidades precolombinas como en estado de barbarie, había grupos avanzados en agricultura, riego, construcciones. Basta citar cinco comunidades: los aztecas, los mayas, los chibchas, los muiscas y los incas.

       Para el 12 de octubre de 2020 se programó la iniciación del seminario con este acertado y contundente título: “Ni descubiertos ni vencidos”.  No fue un descubrimiento sino una invasión, un aculturamiento y una devastación. La llegada de los españoles conllevó una irrupción en el mundo indígena que tenía en América Latina unas sociedades avanzadas como la Azteca, la Maya y la Inca, y otras múltiples etnias que tenían una sociedad agrícola de subsistencia, por lo tanto, no eran nómadas no estaban en la comunidad primitiva. Fueron violentados, muchas se enfrentaron y fueron disminuidos,  otras comunidades aniquiladas, otros se escaparon a las montañas, huyeron de la presencia del ibérico, pero continúa la reclamación, no fueron vencidos del todo y enrostran sus reclamaciones a los terratenientes de hoy a los agroindustriales y a los despojadores de tierras que con diferentes formas de violencia los sigan arrinconando

       En los siglos XV y XVI cortaron nuestra evolución precolombina por el choque con el feudalismo trasplantado de Europa y el sucedáneo esclavismo impuesto que altero nuestro devenir histórico.

         Nos impusieron brutalmente una doblegación, conquista, e instituciones coloniales; prolongaron y transmitieron la esclavitud y un sincretismo racial que ha producido la pluriculturalidad y en esencia la sociedad mestiza que debe autoidentificarse, valorarse y comportarse. Partimos de los criollos, pasamos por los mestizos, los cuarterones, mulatos, zambos, pardos, cobrizos y más tonalidades. En medio del cruce racial, ya imparable, estamos en deuda para afianzar la identidad colombiana como una sociedad mestiza innegable.

       Colombia no ha terminado de formarse ni como Estado ni como nación. Y hace falta que la historia sea estudiada con seriedad para entender el presente y corregir desviaciones  afín de no cometer más desaciertos en el futuro. A partir de la reimplantación de la asignatura de historia que se está avecinando hay que hacer énfasis en la recuperación de la memoria histórica.

      Los preservacionistas de estatuas lo hacen a veces con argumentos inconsistentes y simples, como: “afectará el turismo”, “ya la gente está acostumbrada a ver esa estatua”, y similares. Hay también otros preservacionistas obtusos, dicen, “hay que conservar todos los monumentos por su valor histórico al margen del personaje que represente”. Otros bajo un discurso de fascismo histórico, “defienden el carácter inmaculado de toda estatua, estos son los defensores de la versión dominante de la historia”. Los preservacionistas a ultranza practican una especie de estatufilia para mantener las tradiciones y respetar las imposiciones de otras épocas y gobiernos. Y hay otros que le hacen eco a la hagiografía creyendo en la redacción de los libros oficiales o de reseñadores a sueldo que han exaltado los valores de un personaje sin estudiar bien sus actuaciones y repercusiones. Para no destruir los monumentos se puede seguir el ejemplo de Lituania, decidieron construir un museo en cercanía a la ciudad, museo abierto y allí están todas las estatuas del período soviético instaladas hasta antes de la caída del muro de Berlín.

       Si los genocidas, esclavistas,  racistas asesinos del pasado ya no pueden ser condenados físicamente, ni castigados, y sus vidas concluyeron con honores y gloria inmerecida, y se fueron en total impunidad; los investigadores, científicos sociales, historiadores del presente y venideros auscultan la verdad pretérita, y sin pretenderlo, los historiadores se vuelven jueces, sin serlo se desempeñan como tales. Sus estudios permiten determinar la conducta de esos seres nefastos. ¿Quién juzga un proceso histórico ?.Los historiadores poseen las herramientas de investigación y manejan los métodos de recolección de fuentes. La neutralidad de un investigador serio es muy valiosa, es un papel de científico y al resultar la verdad no la debe maquillar, quién lo hace es una persona a sueldo, un negacionista fletado, un adlátere del régimen que lo contrata.

      La labor del historiador debería ser aséptica para revelar el pasado, pero no todos los historiadores tienen transparencia. El historiador riguroso, científico, con sus hallazgos desmonta las versiones montadas desde arriba, ordenada, hechas y redactadas por orden de los dominadores, las castas del poder y los grupos patriarcales. Solo con la investigación histórica seria se logra conocer la verdad del pasado. Con las noticias se conoce el presente (eliminando o sabiendo quitar/desbrozar los sesgos). Y del futuro se pueden prever ciertos hechos adversos, con énfasis en la previsión sobre estudios comparados de historia política y económica para logar inferencias y prognosis, claro, sin logar conocer todo.

    Tumbar una estatua en la práctica es algo simbólico (porque la pueden reimplantar),  no la respetan, los iconoclastas, hacen justicia histórica retrospectiva, pero no resuelve de ipso facto lo que se desea: corregir los problemas de esa ciudad. Pero se sienta un precedente y llaman la atención sobre la insistencia de la clase dominante en los abusos de poder. En otras ocasiones vemos choques de iconoclastas que no respetan las figuras de regímenes anteriores con otros que defienden otras imágenes y significantes que han sido ocultas o represadas. Debería ampliarse y renovarse parte del paisaje urbanístico (ornato, esculturas y monumentos) consultando pasajes históricos y gestas no incluidas ni reconocidas para que todos los sectores sociales se sientan identificados con sus ancestros y luchadores opacados. Una solución se encuentra en los monumentos colectivos, esculpir representaciones de grupos. Una muestra es el monumento a la solidaridad en Cali.

   En Argentina el escultor André Zerneri, trabajando con el bronce se ha empeñado desde el año 2008 con mayor continuidad en exponer realidades silenciadas por la óptica burguesa que ha ninguneado a los héroes de los sectores subalternos. Este artista ha definido su obra con tres ejes: 1) Resignificación del bronce, 2) Rescatar la identidad latinoamericana, 3) Impulsar las obras con la autogestión. Dos de sus obras son: El Che Guevara y Juana de Azurduy. Con la autogestión han instalado centros de acopio y las comunidades interesadas en estas exaltaciones aportan monedas, llaves, placas y objetos de bronce para fundirlas y moldearlas. El caso de Juana de Azurduy es digno de resaltar, se trató de una mujer valiente que lucho en la guerra de independencia desde la localidad de Chuquisaca, hoy Sucre (Bolivia), y la instalaron en reemplazo de una estatua de Cristóbal Colón que con el tiempo ha sido desenmascarado.

      En Colombia el caso de Policarpa Salavarrieta es una muestra de lo que se debe y puede hacer con los monumentos. Es una heroína indiscutible, fue fusilada a sus 22 años por orden del cobarde y déspota Virrey Sámano (salió corriendo y disfrazado en 1819 de Bogotá al enterarse del triunfo en Boyacá); en 1817 ordenó ejecutarla porque se enteró que durante tres años ella colaboró con el ejército patriota suministrando información clave sobre las autoridades virreinales y el ejército Realista. Otras heroínas de la independencia permanecen sin homenaje, lo mismo que muchas víctimas y sacrificados en las sangrientas guerras civiles del siglo XIX. El Monumento ubicado en el sector de La Nieves (calle 18A con carrera 2) fue restaurado por la Universidad de los Andes,  una escultura construida por  Dionisio Cortés, en 1910, y reemplazada por el bronce del peruano Gerardo Benítez, en 1969.

         Los monumentos ayudan a mantener la memoria para objetivar los recuerdos de las víctimas y de quienes jalonaron los hechos que permitieron la construcción del Estado o el avance de la república. La memoria es indudablemente un área de disputa (el genocidio y el racismo no tienen prescripción por lo tanto no se olvidan), atraviesan muchas épocas y crean laceraciones. Desde cada época se dan relecturas a los símbolos. Unos no aguantan, otros permanecen.  No se trata de derrumbar todas las estatuas, en Cali, de 44 estatuas, solo una molesta y agrede, Sebastián de Belalcázar, sobre las otras no hay inconformidad. Una ciudad con tan altas dosis de violencia, Cali se encuentra entre las 12 ciudades más violentas del mundo, y tiene como símbolo a un asesino de comunidades indígenas, un  despojador de tierras y genocida denunciado por Fray Bartolomé de las Casas y otros cronistas, que vivieron en su misma época. Toda obra tiene una interpretación. Surgen muchos intérpretes. Hay que encontrar la fórmula para revaluar y resignificar el monumento cuestionado hasta que se encuentre la ecuánime decisión sobre el patrimonio histórico, arquitectónico y cultural de una ciudad. Los monumentos son como el álbum fotográfico de las familias, este es el símil adecuado, nadie guarda las fotos de los que asesinaron un pariente o le hicieron daño a la familia, la ciudad es de todos y los espacios públicos deben respetarse con recuerdos que ameriten remembranzas, respeto y culto.

(*) Magíster en Ciencia Política (Universidad Javeriana); PhD en Derecho Público con énfasis en Política Latinoamericana, Universidad Nacional de Madrid (UNED- España); profesor de las cátedras: derechos humanos y derecho internacional, en la Universidad Libre.