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16 oct 2020

Estatuas, verdad histórica y memoria social

  

Texto de  Alberto Ramos Garbiras

 Siguen los ataques a las estatuas, el 12 de octubre vimos el registro de imágenes en Quito contra Isabel la Católica, y en México contra Cristóbal Colón. Los monumentos suelen estar en los espacios públicos, en museos o instalados en salas de arte o sitios de memoria histórica. El tema de las estatuas tiene que ver con la verdad histórica, la memoria social, la inclusión y el reconocimiento. Bajo el entablado de la verdad histórica y la memoria histórica. Y la construcción de la sociedad nacional, procurando procesar los traumas de la Conquista y el colonialismo. Sirve además para la búsqueda de la sociedad nacional mestiza.

  Evaluar el uso del espacio público con los monumentos y estatuas. Se trata de repensar el espacio público como un lugar de memoria histórica y de verdad histórica. Hoy los negacionistas impiden la claridad sobre la raíz del conflicto colombiano, o distorsionan esa realidad. Así ha ocurrido en diferentes etapas. Podemos hacer la diferencia con los museos donde también se instalan estatuas de personajes de una u otra índole, no sólo héroes. El patrimonio histórico no es patrimonio de un sector o una casta, le pertenece a todo el pueblo, el patrimonio histórico no es rígido ni estático, y puede o debe interpretarse con nuevos enfoques para dilucidar el pasado de una nación. Puede resignificarse o interpretarse con nuevas miradas para que ese pasado no permanezca distorsionado por una versión absoluta o inamovible debido a los errores de otros intérpretes que, no tuvieron claridad o no estudiaron de contexto la época en la que el personaje estatuado se movió. Se puede entender por monumento uno de los lugares de memoria más importantes que habitan el espacio público de nuestras sociedades. El debate abierto con la estatua de Sebastián de Belalcázar nos permite comprender este asunto.

  La Columna de Eduardo Escobar, “Vindicación de Belalcázar”, publicada en el periódico El Tiempo, es un despropósito literario muy bien escrito, pero mal planteado. Reconoce que Sebastián de Belalcázar mataba, robaba y aniquilaba indígenas y peleaba con los españoles que le competían; pero que, como había confrontaciones entre nativos, él intervenía en una época donde la historia del mundo era la de las batallas y tenía que guerrear; y que como ningún pueblo se ha librado de la guerra, le tocó esa época. Eso es un exabrupto porque no todos mataban en la Edad Media, como no todos matamos hoy, y aún hay guerras en varios países y se cometen atropellos, pero no todos somos asesinos. Descalifica a los defensores de los indígenas por haber ocurrido esas matanzas hace más de 450 años, los llama cagalastimas o rumiadores de rencores. Los derechos humanos si bien es cierto que se declaran, configuran y se expanden en las constituciones a partir de 1789, antes desde el siglo XII, ya los teólogos, filósofos y juristas blandían y defendían los derechos naturales, siendo el más importante la vida.  Eduardo Escobar reivindica a Belalcázar argumentando que, “integró un movimiento de la humanización de la tierra, trajeron un alfabeto y proscribieron él canibalismo...”, frase equivocada porque no contribuyó a la humanización, fue un atrabiliario, Bartolomé de las Casas lo explica en su Brevísima narración sobre la destrucción de estos territorios, Belalcázar era analfabeta entonces no enseñó a nadie nada, lo mismo Francisco Pizarro y Diego de Almagro que desestructuraron a los Incas. En el Valle del Cauca había unas 23 comunidades indígenas y pocas en las montañas, practicaban el canibalismo, lo dice Pedro Cieza de León, cronista español que acompañó a Belalcázar. Pero las otras etnias eran pacíficas.

 Los monumentos son necesarios para recordar el pasado, para conmemorar los hechos históricos y fundacionales, para destacar a las personas que se la jugaron toda por los demás, para mantener la memoria viva, para prolongar la existencia de los que empujaron el proyecto de Estado, de los que liberaron el territorio, etc. Por esas razones el monumento no debe erigírsele a un sujeto que hizo daños o destruyó comunidades. El monumento permanece en el tiempo, supera y traspasa generaciones y será una correa de transmisión constante entre el pasado y el futuro.

  No se le puede imponer a las generaciones futuras una figura nefasta con distorsiones a la realidad, con malformaciones del pasado; personajes funestos que la historia descubrirá, desenmascara, o revelará su verdadero origen. Los métodos históricos de investigación permiten comprender con otras miradas, lecturas e interpretaciones lo que verdaderamente sucedió. Las placas explicativas permiten apuntar el perfil y los rasgos esenciales del personaje. Así el texto sea una síntesis o una sinopsis, allí se puede expresar el porqué de ese monumento. O también corregir con el paso del tiempo y resignificarlo.

 Un monumento no se le debe levantar a cualquier persona, o a un hecho u objeto, porque se llenaría el espacio público, o los museos con esculturas innecesarias que encierran estulticias. Debe encarnar o envolver un valor apreciable con el paso del tiempo. Si una estatua o efigie de bronce o cualquier material es impuesta como símbolo para honrar la memoria histórica de un pueblo y encierra un engaño de quienes ordenaron construirla, no se puede perpetuar el engaño a una nación o parte de ella porque están obligando a honrar al personaje equivocado, máxime cuando la verdad histórica queda comprobada al confrontar varios cronistas, y otras fuentes primarias. Sostener un engaño en la actualidad basado en un engaño del pasado, es un doble engaño.

 Los monumentos son tan importantes que, con el paso de los años, y si se quiere, de los siglos, son a veces con la arquitectura (otra bella arte), lo único que queda de una comunidad para recordarla. Sobre todo, cuando no existía la pintura, ni la fotografía, ni el cine. Pero, aunque aparecieron las formas digitales en 3D, las Tics; las estatuas siguen siendo una obra de arte importante para el espacio público, su ornato y complementan el paisaje. La función del monumento en el espacio público necesita repensarce, revalorarse. No creo que los avances audiovisuales ni las tecnologías de la comunicación puedan hacer desaparecer las estatuas, por la existencia de pantallas gigantes emplazadas en calles o avenidas; ni sustituidas por archivos, libros, que cada habitante tenga acceso para examinar en la intimidad de sus casas todo tipo de imágenes sobre el pasado en enciclopedias, CDs, blurays.

 Las estatuas seguirán siendo importantes en parques y plazas, pero hay que saber instalarlas, tener claro a quien se le dedican, a quien exaltan. Las generaciones de ciudadanos, las etnias, los grupos sociales, la diversidad cultural, reflexionan sobre ellas y encuentran si son innecesarias. Los monumentos sirven para que las comunidades o las naciones conserven la memoria de los héroes y personajes vitales; se pongan de acuerdo sobre sus referentes históricos y se les haga un homenaje permanente al plantarlos en el espacio público.

 Hay muchas clases de estatuas, están relacionadas con quien representan: Héroes, estadistas, políticos, músicos, artistas, deportistas, cantantes, etc. Hay estatuas que no generan pasiones desbordadas, odios o debates irascibles. Las estatuas relacionadas con el régimen político o con los orígenes de un Estado son las más propensas a ser atacadas por iracundos o iconoclastas para cambiarlas, reubicarlas, derribarlas o sustituirlas, cuando cambia el régimen político o se descubre la catadura de lo que hizo o fue el estatuado. Se trata de borrarlo del escenario público y que deje de ser la encarnación de la nación. Basta citar pocos casos: Sadam Hussein en Bagdad 2003, Cristóbal Colón en Varias ciudades 2020, Francisco Pizarro en Lima, Napoleón en París 1871 en la plaza de Vendóme, Nerón quitado por la dinastía Flavia, derruyendo el coloso que lo representaba y su opulenta Domus Aurea, estatuas de Lenin después de la caída del muro de Berlín, etc. Sucede más con los monumentos que ocupan el espacio público, no con los instalados en museos o recintos cerrados. Se colige: agreden la memoria colectiva impuesta y no representativa. Monumentos ubicados en sitios privilegiados de las ciudades, de manera inmerecida. Las otras estatuas no son atacadas. Todo depende de la ideología de los atacantes. En ocasiones equivocados. Otras, acertados.

 El monumento no es inalterable (en principio debería serlo), está sujeto a la relación con las comunidades futuras que, lo evalúan, reexaminan, buscando la identificación con él. Los nuevos métodos para estudiar la historia y comprenderla influyen en la conducta de las generaciones presentes y futuras: La verdad histórica y la memoria social determinan la calificación sobre el monumento, su permanencia, traslado o derribo. Los actos de iconoclastia hacia ciertos monumentos en varios países obligan a las autoridades a repensar sobre la permanencia o traslado de una estatua. “ Durante la segunda mitad del siglo XX, la misma función política del monumento ha venido siendo cuestionada, en parte por el surgimiento de una tendencia posmoderna en el arte, la arquitectura y el urbanismo; en parte por la irrupción del acontecimiento límite/traumático(genocidio, desaparición forzada, segregación, etc.) y la inadecuación del monumento tradicional para representarlo/rememorarlo” (Vargas, 2018).

 La escultura sigue siendo el arte más usado para las representaciones en espacios abiertos, pero los cambios y mutaciones que la sociedad presiona y requiere respecto a ciertos monumentos, sobre todo las estatuas políticas, se hace con mayor exigencia. Los homenajes también se hacen en las ciudades con la expansión vial y los nuevos barrios, exaltando a otros personajes relevantes bautizando las calles y avenidas con sus nombres, o hasta barrios en su memoria.

 Bibliografía:

 Escobar Eduardo. “Vindicación de Belalcázar”. Columna de prensa, periódico El Tiempo. Bogotá, septiembre 21 del año 2020.

 Vargas Álvarez Sebastián. “Después del bicentenario: Políticas de la conmemoración, temporalidad y nación”. Libro publicado por la Universidad del Rosario. Primera edición, Bogotá, abril de 2018.