(Primera parte)
Sobre Sebastián de Belalcazar.
Un texto de Alberto Ramos Garbiras (*)
Derribar estatuas, decapitarlas, trasladarlas
de sitio o mancharlas con tinta roja para resaltar el pasado sangriento de los
que allí posan, esas son imágenes que hemos visto en la televisión
internacional por cable en los dos últimos meses, cuando se desató una oleada
de protestas en EEUU por la muerte atroz de George Floyd, un afrodescendiente
que la policía de Minneapolis asfixió porque supuestamente había entregado un
billete de 20 dólares falso. Las protestas se extendieron a varias ciudades del
mundo, primero contra los esclavistas, luego los racistas, los xenófobos, los
genocidas; lo cual ha generado una corriente de revisión histórica sobre las
biografías de estos estatuados, sus leyendas, mitos, verdades o mentiras: para
develar si fueron héroes o antihéroes.
Así
hemos visto derribar en Inglaterra la estatua de Edward Coltson (Bristol), mercader
esclavista del siglo XVII y la de Robert Millligan; de Jean Baptiste Colbert,
en Francia; Cristóbal Colón, tumbado en Boston y Los Ángeles, por haber ocasionado
con sus viajes el comienzo del fin para múltiples etnias exterminadas por la
codicia de los españoles; Hernán Cortés, que combatió al Cacique Montezuma y
asesinó a los mayas de Tabasco(México); San Junípero Serra, frayle español
mallorquín del siglo XVIII, adoctrinador de indígenas induciéndolos a la
sumisión; Leopoldo II de Bélgica, sus estatuas derribadas por las torturas
bárbaras y el racismo extremo aplicado en el Congo; los militares sureños
confederados, Jefferson Davis y Robert Lee, durante la guerra civil
estadounidense (1861-1865), porque se oponían a la abolición de la esclavitud
propuesta por el presidente Lincoln; y
otros monumentos en diferentes ciudades.
Las estatuas integran el patrimonio
arquitectónico, inmaterial y cultural de una ciudad. Hacen parte de una de las
bellas artes: La escultura. Algunas obras de arte, de civilizaciones antiguas
son rescatadas por los arqueólogos y para su configuración física, apoyados por
los paleontólogos. Las estatuas ocupan espacios públicos y el espacio público
es de todos los habitantes, no puede ser escriturado. Las estatuas se fabrican
e instalan para realizar homenajes de exaltación a líderes, héroes,
deportistas, escritores, estadistas o figuras destacadas que ameritan ese
recuerdo permanente, nunca se instalan para denigrar de alguien o para destacar
un daño causado a la ciudad o el país. Esas referencias se dejan para los
museos o galerías de arte con las debidas indicaciones en placas, como Hitler,
Mussolini, Billy the kid, Al Capone, o Dillinger en museos, etc.
Las
generaciones de ciudadanos van decantando la información y con el paso del
tiempo descubren las claves históricas ocultas o encriptadas y revaloran lo que
se impuso por otros gobernantes que no estudiaron o no se percataron del pasado
oscuro de quien encarna una efigie. Las que no ameritan la exaltación de
generaciones van siendo trasladas a otros sitios menos emblemáticos, como
hicieron con Francisco Pizarro en Lima. “Ya
sean derribadas, destruidas, pintadas o garabateadas, estas estatuas
personifican una nueva dimensión de lucha: la conexión entre los derechos y la
memoria. Destacan el contraste entre el estado de los negros (y los indígenas),
y los sujetos poscoloniales como minorías estigmatizadas y brutalizadas, y el
lugar simbólico dado en el espacio público a sus opresores, un espacio que
también conforma el entorno urbano de nuestra vida cotidiana”, afirma Enzo
Traverso, profesor de la Universidad de Cornell (EE.UU.), uno de los más
destacados especialistas en estudios de la memoria histórica. (Traverso, 2020)
El espacio público, su amoblamiento, paisaje y
ornato es y debe ser gozado por todos, hace parte del medioambiente, de los
corredores, parques, avenidas y calles comunes depende la movilización, el
esparcimiento y recreación de todos. Por eso todos opinan y sobreviene la lucha
por y contra los símbolos. Las sociedades evolucionan y se van percatando de
las imposturas. Esa es la explicación para entender las reacciones y los
cambios respecto a esos referentes llamados monumentos. En 1956, en Hungría
derribaron la estatua de Stalin; en el 2003, en Bagdad, derribaron la estatua
de Hussein; con la desmembración de la URSS, tumbaron estatuas de Lenin; en
España movieron una estatua de Franco de una calle, hace pocos meses removieron
su sarcófago del Valle de los caídos porque estaba al lado de las víctimas de la guerra civil española que el
mismo alentó; hace 5 años en Nairobi tumbaron la estatua de la Reina Victoria; en
Libia tumbaron las estatuas de Gadafi; en Sudáfrica removieron el monumento de
Cecil Jhon Rodes, también en la universidad de Oxford; en Chile atacaron las
estatuas del general Baquedano, de Pedro de Valdivia y la de Diego
Portales, etc.
Resignificar, reexaminar y revisar la historia,
es tarea de los historiadores cuando tienen más fuentes de información o han
avanzado los métodos de investigación. La pregunta de los decolonizadores y
críticos hacen es: ¿Qué tenemos como memoria pública de la nación? Los héroes o
personajes encumbrados deben ser dignos de esa estatua. Buscar personajes
locales, víctimas de las políticas de opresión y deculturación, o de una
invasión como la de la conquista española. Los derribadores de estatuas ejercen
una especie de objeción de conciencia, proponen revisar el pasado histórico con
nuevos enfoques, enfrentar a los negacionistas.
En Cali, que celebró un año más de su fundación
el pasado sábado 25 de julio, se está abriendo un debate municipal, sobre la
resignificación del conquistador español Sebastián de Belalcázar por su
conducta nefaria. El concejal Terry Hurtado, miembro del partido Alianza Verde,
propuso trasladar la estatua a otro lugar, abriendo la discusión. Las opciones
hasta ahora barajadas son. 1) Si la estatua es llevada a un museo, 2) si debe
ser relocalizada en otro espacio público. 3) Si se necesita una reciprocidad
con las victimas que él ocasionó (por exterminio de indígenas que ordenó),
construyendo en cercanías o al lado una estatua compensatoria con el Cacique
Petecuy o la representación de las etnias que con el ejército español invasor,
asesinaron (Lilies, Jamundíes, Gorrones, Lamas y Manipos de la Montaña; Bugas,
Calimas, los Bolos, los Soliman, los Dagua, los Tolilicuy, los Bitaco, los
Anserma, los Birú, y otros. 4) si deben colocarse placas explicatorias sobre su
pasado y origen donde quiera que sea reubicado. 5) Que sea introducido en un
contenedor y devuelto a España donde lo consideran un adelantado y héroe. 6).
Si debe ser demolida o cubierta de enredaderas como propone William Ospina, y,
7) Mientras el debate avanza, el columnista del periódico El País, Carlos
Jiménez, propone que sea empacado o cubierto mientras que los descendientes de
indígenas, y la sociedad civil deliberante, adelantan la discusión.
Sebastián de Belalcázar, un campesino
medioeval, leñador analfabeta, su verdadero apellido era Moyano, vivió 71 años (1480/1551),
nació en Gahete, nombre original de un pueblo de la Extremadura Castellana, que
luego lo rebautizaron Belalcázar, por eso lo adoptó para ocultarse y darse
realengo, porque había ocasionado un gran daño y era perseguido por su propio
hermano. Viajó a América en 1507, a los 27 años de edad, se embarcó después de
conocer a Pedrarias Dávila. Viajó como aventurero porque se oía que los
emprendedores conseguían trabajo y fortuna, y lo novedoso después de 1492 era
embarcarse para adquirir tierras y minerales: La conquista de América fue una
empresa de pillaje y saqueo.
Se estableció en El Darién de Panamá, en 1514
convirtiéndose en Capitán de Pedrarias Dávila; en 1522 se trasladó a Nicaragua,
al mando de Francisco Hernández Córdoba y él como capitán, donde permaneció hasta 1527 cuando se
trasladó a Honduras; posteriormente viajó al Perú (1531-1533) bajo el mando de
Francisco Pizarro, de Gobernador y él como capitán; se alzó en disidencia distanciándose
de Pizarro y emprendió su propia empresa de consecución de tierras y de
fundador de aldeas, moviéndose hacia
Ecuador en 1533, actuando con el mismo modus operandi: conquista, dominación,
vasallaje y exterminio, practicado en las regiones mencionadas. Esa forma de
operar se resume así. 1) Solicitaban el oro y las joyas a los caciques de las
etnias, 2) luego robaban en las casas de las aldeas, 3) saqueaban las tumbas
porque los indígenas enterraban a sus difuntos con piezas de oro, 4)
secuestraban a los hijos de quienes ellos presumían tenían oro sin entregar, 5)
declaraban la guerra a los rebeldes e insumisos, 6) esclavizaban a los indios
para trabajar en las minas y labraran la tierra dentro de la “potestad” que les
daba la encomienda tras la capitulación firmada, todo lo hacían a nombre del
Rey, Dios y la Biblia.
El sacerdote Bartolomé de las Casas que llegó a
Santo Domingo en 1502, hoy República Dominicana (cinco años antes que
Belalcázar), luego pasó a Cuba en 1513
como capellán y le asignan una encomienda (le entregan tierra e indígenas a su
servicio), en 1514 renuncia a esta asignación y se propone defender a los
indígenas por el maltrato y las crueldades que presenció. Decidió escribir en
1542 una crónica narrando las atrocidades que presenció y las que escucho de
boca de capellanes y sacerdotes evangelizadores en las islas y en tierra firme.
En 1552 reajusta sus versiones y las difunde con mayor énfasis, también con el
título original: “Brevísima relación de la destrucción de las indias”.
Bartolomé de las Casas se refiere a Sebastián
de Belalcázar en cuatro capítulos del libro, los titulados De la tierra firme,
donde reseña su presencia en El Darién de Panamá; De la provincia de Nicaragua,
sucesos que escuchó ocurridos entre 1522 y 23; De los grandes reinos y grandes
provincias del Perú, narrando las incursiones sangrientas que realizó con
Pizarro en el Perú, donde otros
cronistas han reseñado las masacres de Cajamarca, Loja, Azuay, Cañar,
Chimborazo, Tungurahuay y Cotopaxi; y el capítulo Del Nuevo Reino de Granada.
Sobre Panamá escribió el sacerdote Bartolomé, con el lenguaje de la época: “En El Darién. Este gobernador y su gente inventó nuevas maneras de
crueldades y de dar tormentos a los indios porque descubriesen y les diesen
oro. Capitán hubo suyo que en una entrada que hizo por mandado de él para robar
y extirpar gentes mató sobre cuarenta mil ánimas, que vio por sus ojos un
religioso de San Francisco que con él iba que se llamaba fray Francisco de San
Román, metiéndolos a espada, quemándolos vivos y echándolos a perros bravos y
atormentándolos con diversos tormentos”. (De las Casas, 1552)
Sebastián de Belalcázar, se afirma, fundó a
Quito en diciembre de 1534 pero la ciudad ya existía, era la segunda ciudad del
Imperio Inca después de la destrucción de Tomebamba; el hermano de Atahualpa,
el cacique Rumiñahui quemó Quito para dejar a los invasores comandados por
Belalcázar, sin refugio y se llevó los tesoros. El español ordena reconstruirla
trabajo que le encarga a Diego de Almagro. En 1535 se acerca a la zona de
Timbio, se enfrenta a los Timbas y asesinan a centenares de ellos venía con dos
ejércitos, uno de españoles y otro de indígenas colaboracionistas/entregados;
se dirige hacia el Valle del Cauca en busca del Dorado, se enfrenta a los Liles
o Lilies, a los gorrones y a los Jamundíes, entre otras etnias. Bartolomé de
las Casas, anota sobre ese recorrido: “Desde
los reinos del Perú por la parte de la provincia del Quito, penetraron grandes
y crueles tiranos hacia el dicho nuevo reino de Granada y Popayán e Cali, por
la parte de Cartagena y Urabá, y de Cartagena otros malaventurados tiranos
fueron a salir al Quito, y después otros
por la parte del rio de San juan, que es a la costa del sur (todos los cuales
se vinieron a juntar), han extirpado y despoblado más de seiscientas leguas de
tierras, echando aquellas tan inmensas ánimas a los infiernos; haciendo lo mismo
el día de hoy a las gentes míseras, aunque inocentes, que quedan.”
Otros cronistas del siglo XVI que señalan la
conducta destructora de Belalcázar son los cronistas Pedro Cieza de León, López
de Gomara, Gonzalo Fernández de Oviedo y
Agustín Zárate. Cieza de León en su libro “Crónica
del Perú el señorío de los Incas”, quien acompañó a Belalcázar en Cali y
Popayán, dice que el sitio donde se fundó Cali, la segunda vez, en 1537 por el
capitán Miguel Muñoz López, de allí se
extendió la ciudad, porque Belalcázar la
fundó más al sur en el Valle del Lilí en 1536 pero ese emplazamiento fue
trasladado, dice Cieza que ha sido el paraje más hermoso que el haya visto en
sus recorridos de tierra firme.
“Todo
este valle desde la ciudad de Cali hasta estas estrechuras fue primero muy
poblado de muy grandes y hermosos pueblos, las casas juntas y muy grandes.
Estas poblaciones e indios se han perdido y gastado con el tiempo y con la
guerra, porque como entren ellos el capitán Sebastián de Belalcázar, que fue el
primer capitán que los descubrió y conquistó, aguardaron siempre de guerra, peleando
muchas veces con los españoles por defender su tierra, y ellos no ser sujetos,
con las cuales guerras, y por la hambre que pasaron que fue mucha, por dejar de
sembrar, se murieron todos los más”
“También
hubo otra ocasión para que se consumiesen tan presto, y fue, que el capitán
Belalcázar pobló y fundó en estos llanos y en mitad de estos pueblos la ciudad
de Cali, que después se torna reedificar donde ahora está. Los indios naturales
estaban tan porfiados en no querer tener amistad con los españoles (teniendo
por pesado su mando) que no quisieron sembrar, ni cultivar las tierras, y se
pasó por esta causa mucha necesidad, y se murieron tantos, que afirman, que
falta la mayor parte de ellos”. (Cieza de León, 1553)
Bibliografía:
Cieza de León Pedro. “Crónica del Perú el
señorío de los Incas”. Obra publicada inicialmente en 1553.
De las Casas Bartolomé. “Brevísima relación de
la destrucción de las indias”. Edición Sarpe, Madrid, España, 1985
Traverso Enzo. “Derribar estatuas no borra la
historia, nos hace verla más claramente”. Artículo publicado en la revista
española Sin Permiso, SP.Barcelona, Junio 27 del año 2020.
(*) Magíster en Ciencia Política (Universidad
Javeriana); PhD en Derecho Público con énfasis en Política Latinoamericana,
Universidad Nacional de Madrid (UNED- España); profesor de las cátedras:
derechos humanos y derecho internacional, en la Universidad Libre.