Por: Alberto
Ramos Garbiras (*)
Germán Ayala, profesor de la universidad
Autónoma de Occidente, en Cali, expuso dentro de una columna titulada “Más allá
del Covid-19”, refiriéndose al origen del virus, que, aún no es claro origen del covid-19. “Si resulta cierta la versión que indica que
este fue inoculado por militares norteamericanos en la China, o creado en un
laboratorio con fines de control poblacional, estaremos ante un nuevo escenario
de confrontación político-militar, esto es, una guerra bacteriológica,
biológica o virológica de nuevo cuño.
Escenario posible, si tenemos en cuenta la desarrollada capacidad humana
para eliminar a sus adversarios o a esos otros que lleguen a competir por agua,
alimentación o por un lugar donde guarecerse.
Por el contrario, si el virus que produce la
enfermedad llamada coronavirus tiene origen ecológico-ambiental en virtud de
los deficientes manejos de disímiles residuos, la contaminación generalizada
del aire, de ríos y acuíferos y la convivencia humana en condiciones de
hacinamiento y por lo tanto, en pobres
ambientes asépticos; o si provino del contacto con algún animal en particular,
entonces, la humanidad entera está llamada a revisar su lugar en el planeta y
por esa vía, pensar en escenarios de decrecimiento sistémico: poblacional,
económico y cultural”.
Si la causa es la transmisión por zoonosis, por
inoculación virológica, o una guerra bacteriológica preconcebida para afectar
economías de otros países y competir, cualquiera de ellas se determinará el
escenario real y asistiremos al esclarecimiento de la verdad. Pero por ahora el
virus ya está suelto y debemos cuidarnos para no reproducirlo in crescendo.
Pero queda claro que el papel de las ciudades por la aglutinación de personas
debe replantearse. Millones de personas que no pueden salir por el
confinamiento obligatorio; miles de personas que ven insuficiente los sistemas
de sanidad nacionales. Ulrich Beck planteó desde comienzos del año 2.000 en su
libro “La sociedad del Riesgo Global”,
que la otra cara de este envejecimiento de la modernidad industrial es la
aparición de la sociedad del riesgo. Este concepto describe una fase de
desarrollo de la sociedad moderna en la que los riesgos sociales, políticos,
ecológicos e individuales creados por el impulso de innovación eluden cada vez más
el control y las instituciones protectoras de la sociedad industrial”.
Debemos entonces replantear nuestra relación con la naturaleza, con los
ecosistemas y con la fauna sometida a extinción alimentaria inclusive rompiendo
la cadena trófica normal, por consumos alimenticios inapropiados.
David Trueba, planteó en una columna madrileña,
una distopía con un escenario tenebroso y desolador por la nueva peste
extendida, el conoravirus, no es del todo una utopía esta distopía ; pero si es
una lección a cierta satrapía como la de Hungría con el muro que construyó
Viktor Orbam , para no dejar entrar a refugiados y migrantes africanos. Otros
sátrapas han hecho lo mismo, como Mateo Salvini en Italia, y Donald Trump lo ha
anunciado para cercar a los mexicanos; y otros xenófobos en el mundo lo vienen
haciendo.
La distopía
alude a gente impía deshumanizada que correrían a refugiarse en África porque las temperaturas le hacen
invivible la circulación al letal coronavirus; una África vapuleada desde la
primera cacería de esclavos que emprendieron las coronas europeas cuando
empezaron a ver disminuida la mano de obra indígena por el exterminio al que
fueron sometidos durante la cruel conquista y sometimiento; autorizaron a
mercachifles y asesinos para secuestrar africanos como si fueran mercancía durante la Monarquía
española y la Monarquía inglesa que animaron la cacería en medio de una cruel
jauría comercial con contratos sangrientos. En esta distopía de Trueba los
europeos buscarán a África como refugio, una paradoja porque desde el año 2015
, con más notoriedad vienen rechazando africanos refugiados e inmigrantes que
no tienen oportunidades en sus países, los hacen ahogar al no recibirlos,
convirtiendo el mediterráneo en un cementerio acuoso.
Lisandro Duque Naranjo, en su columna titulada,
“En vivo: coronavirus”, describe el
fenómeno de la globalización, la interconexión aérea que facilita la expansión
del virus por el tráfico aéreo y la movilización de pasajeros. A ello sumemos
las comunicaciones por las redes sociales y la televisión por cable también
utilizando el espacio aéreo del espectro electromagnético. La globalización de
las comunicaciones facilitando el pánico en directo con advertencias ponderadas
y otras exageradas.
La columna de Duque Naranjo produce reflexiones
a tutiplén. Las ciudades confinadas y reprimidas por asuntos de salud, las
protestas sociales suspendidas por estados de excepción o de alarma. La
evidencia de la desatención hospitalaria en los países del tercer mundo
comienza a flotar. Por ejemplo en Colombia, el colapso e insuficiencia del
sistema de salud por la corrupción de la clase política instrumentalizando las
EPS, es notorio desde antes del coronavirus. Ya veremos hoteles convertidos en
hospitales.
En efecto, Colombia vive desde mucho antes de
la llegada del coronavirus, una grave crisis económica y política. La primera
porque los grupos económicos concentraron el capital gozando de los beneficios
del neoliberalismo, esto llevó a la pauperización de las familias y el
acrecimiento del precariado. Y política, porque los partidos políticos se
desperfilaron, atomizaron y corrompieron. Los partidos políticos quedaron en
manos de clanes políticos que los vaciaron aún más de la ideología y los
enrutaron hacia los grandes negocios para saquear el Estado.
Este
virus difícil de detectar también está demostrando ser más efectivo que los
muros de infamia para no dejar pasar refugiados trasnacionales, un muro
sanitario que bloquea la transfronterizacion de ciudadanos , un bloqueo soñado
por los fascistas del Likud e Israel contra los palestinos de Gaza. Una peste, la
del coronavirus, como Pandemia que se suma al drama del calentamiento global
que ha producido desplazados climáticos y varias epidemias. El planeta tierra
amenazado por el cambio climático, efecto de la depredación de los ecosistemas
y la naturaleza, y el uso desmedido de los combustibles fósiles
El coronavirus Covid-19 ya no es una enfermedad
que ataca a varias personas en China, o en Italia, en España, ni una epidemia
solo manejable nacionalmente, es una pandemia que debe enfrentarse. Es como una
peste compuesta por un ejército invisible (le ganó al terrorismo internacional
asustando a la población); el terrorismo después del 11 de septiembre se ha
comportado como un ejército disperso e invisible dentro de la guerra
asimétrica, para llegar a esa etapa evolucionó desde la década de los años 50s.
El coronavirus en menos de tres meses se esparció como ejército invisible en
una guerra sanitaria planteada por los estados tratándolo de atajar as personas
en las fronteras.
Otras pestes en la historia de la humanidad han
castigado las conductas inapropiadas de las poblaciones y la falta de sanidad;
la peste negra (yersinia pestis) en Italia descrita por Bocaccio; la viruela;
la gripe española (1918-1920); la plaga antonina, la plaga de Justiniano (siglo
VI en el impero Bizantino), el Sida, el tifus, el sarampión; el ébola, el sars,
la gripe aviar; la malaria, etc. Ahora por lo menos tenemos más avances de la
medicina para salvar a inmensas capas poblacionales, Pero la vacuna no está
probada.
Varios países están tratando de manejar esta
pandemia o peste transnacional, con Estados de Excepción, es decir, gobernar
por decreto, suspender o reemplazar a los congresos y parlamentos para poder
expedir normas que enfrenten de inmediato, en caliente los asuntos que se vayan
presentando. El derecho como arma sanitaria y de combate a los daños de la
salud: La salubridad pública.
A cerrar las fronteras los Estados limitan el
tránsito de personas, y no de refugiados solamente como lo han venido haciendo
en estos últimos 5 años. Ahora también son retenidos o rechazados turistas e
inmigrantes por la sospecha de que todos somos portadores del virus. Un enemigo
invisible y microscópico que afecta los derechos humanos, la circulación, la
autonomía personal, la libertad y amenaza la vida. Todos estos elementos
podrían ser insumos para guiones del cine de ficción o futurista, pero es en
vivo y en directo, y no es cine, es realidad. Estamos viendo en los canales
internacionales de TV y en las redes sociales a una sociedad global donde todos
somos sospechosos de estar apestados.
En Colombia antes del estado de emergencia
económica, social y ecológica (Decreto 417 de marzo 17), hemos observado una
falta de coherencia respecto a las limitaciones sobre la circulación y reunión
de personas. La Alcaldesa de Bogotá, ordenó al principio que no podrían ser más
de 1.000 personas, al otro día el Presidente de la República, estipuló 500 personas; luego la reducción llegó a 50 personas;
la Gobernadora del Valle planteó 10 personas; y en varios municipios se inició
una racha de toques de queda, restricciones disímiles; y una enumeración de
sitios prohibidos, de actividades comerciales restringidas; entraron los
mandatarios regionales y locales en una especie de competencia para mostrar
quien reducía más los derechos so pretexto de evitar la curva de crecimiento
del virus, hasta que el Presidente asumió el Estado de Excepción que es
potestativo del ejecutivo nacional. Una política pública de saneamiento y
salubridad debe ser coherente en un país con un deficiente sistema de salud y
sin experiencia en enfrentar una pandemia, pero con una entidad de atención a
los riesgos UNGRD que debe adaptarse a esta calamidad.
(*) Magíster en Ciencia Política (Universidad
Javeriana); PhD en Derecho Público con énfasis en Política Latinoamericana,
Universidad Nacional de Madrid (UNED- España); profesor de derecho
internacional en la Universidad Libre.