Si el cine colombiano pretende erigirse en el
contexto internacional con películas como esta, lo que haremos es retroceder.
“Ciudad Delirio” se enmarca en el género de comedia musical, la banda sonora
salva la película del fiasco: hay música permanente de Willie Colón, Guayacán,
Fruco y sus Tesos, el grupo Niche; salsa a tutiplén, bailes, coreografía y la
vida nocturna de Cali, parcialmente mostrada. Es una película cuya sinopsis se
puede resumir en tres renglones: una mujer separada que sostiene a su hija con
una academia de baile, le toca soportar a su ex marido haragán como parejo de
un concurso, y está atraída por un español que dice trabajar en la farmacología
y posa de médico.
Julián Villagrán es el actor español que le
colocan de galán a Carolina Ramírez, pero resulta más un gañán, desaliñado,
lento, torpe: anti galán y mal actor. Las impertinencias del ex marido, Alex
Castillo, según el guion impide el comienzo del romance con el español, actúan con una timidez y pudor poco creíble.
En el Blog Pajarera del Medio, Pedro Adrián
Zuluaga, expresa de forma crítica que, “Nuestro cine ha decidido participar de
manera activa en una cierta distribución de imaginarios geopolíticos que han
quedado reflejados en iniciativas como la ley “Filmación Colombia”. En este
reparto está claro a quién le corresponde qué parte. Así, la simetría de esta
película con el poder es escandalosa: Colombia ha decidido jugar una posición
subordinada como economía extractiva y de servicios, y en Ciudad delirio están
mostradas las cartas de ese programa político. En la visión española de la
directora Chus Gutiérrez, apócrifa, sin méritos en la filmografía española,
Cali es una cantera para lograr nutrir de chicas a los españoles. Una ciudad
multiservicios, rumbera y sin pensamiento crítico.
Ciudad
delirio es una película sin historia se encascara en la sinopsis, los
personajes se estancan, no evolucionan, la ciudad no existe, excepto las buenas
tomas del barrio obrero y una escena donde suena “las caleñas son como las
flores”, donde aparecen en un montaje dinámico, mujeres de todas las razas
producto de la multiracialidad que habita en la ciudad, pero no se muestran
otros sitios relevantes de la ciudad. Es la película más sosa del cine
colombiano. Por edulcorar la vida de los protagonistas muestran una ciudad
descontextualizada de la cruda realidad violenta que vive y del complejo
multiculturalismo en medio de colonias de inmigrantes agolpados en una ciudad
que creció en las laderas y la parte oriental
sin planeación.
Subutilizan a la actriz Carolina Ramírez,
asediada por dos bobalicones. Una actriz que ha demostrado su aptitud actoral
en producciones como La Pola, una actriz capaz de interpretar cualquier papel y
aquí la desperdician. Otros dos actores colombianos hacen papeles decorosos en
medio de un guion que no los deja desenvolverse como están acostumbrados: Vicky
Hernández y Jorge Herrera. El único valor de la película es mostrar a través de
una escuela de baile, como microempresa, el funcionamiento en Cali de estos
sitios, verdaderas empresas artesanales que, tiene la ciudad unas 120 de ellas;
en diciembre salen al salsódromo y e turismo ha crecido por esta empresa
rumbera con espectáculos mejores que los de Cuba, en Varadero y el mismo Teatro Nacional.
La película es un comercial convertido en
largometraje. Un largo spot sobre una carpa-salsa. Es una propaganda
desvergonzada de un circo que en la práctica no le da espacio real a esas
escuelas populares que pretende retratar en la película, y han creado un
monopolio. En la película concursan para poder lograr acceso a la carpa
salsera, porque desde allí se decide quienes saben bailar, no en los barrios
populares. Muy superior fue la película caleña “Tacones” del director Pascual
Guerrero, rodada a comienzos de la década de los años 80, un musical con
argumentación.
Jorge Eduardo Suárez, en el BLOG “Las Dos
Orillas”, nos dice que, “Cuando comenzó la campaña de expectativa de Ciudad
Delirio, la película “colombiana” que abrió el Festival de Cine de Cartagena y
que se estrenó a mediados de abril, se avizoraba un gran filme. La combinación
entre Cali, Salsa, grupos de baile y un poco de sensualidad; iba a generar una
narración que le hiciera honor a esa riqueza cultural que han construido los
caleños en torno a los ritmos afroantillanos. La película prometía
introducirnos en el delirante mundo de los coleccionistas de discos, o en la
epopeya de los jóvenes de las barriadas caleñas que con grandes dificultades
han construido espectáculos dignos de Broadway. Hablar de la Salsa y Cali hizo
pensar hasta en el “agúzate” con el que Andrés Caicedo pretendía despertar a
Cali en la década del 70”. Y comparando la producción televisiva Bazurto con
ciudad delirio, afirma que,” Ambas producciones, lejos de limpiar de prejuicios
las culturas populares locales y darles la dignidad que merecen, las envilece
más y de paso a nuestro país. La novela y la película están claramente
diseñadas para el mercado internacional. Están construidas desde la mirada del
europeo, es decir, de cómo él es superior al caos reinante”.
Por: Alberto Ramos Garbiras.
El autor ejerció la crítica de cine en el
periódico “El País”, durante 10 años.