Todos tus muertos es una película con escasa utilería y bajo presupuesto. Gira alrededor de la escena del crimen en un maizal del centro vallecaucano, Andalucía. Con subtítulos en inglés para el mercado extranjero. El género en el que se inscribe es el cine político. De denuncia y sátira. Una película sin acción, plana y lenta, pero bien narrada y editada.
La película transcurre un día de elecciones donde se definirá la escogencia de alcaldes y gobernadores. Un camión fantasma rueda por una carretera veredal, con trasteo de votantes instrumentalizados para acrecer los votos de otro pueblo. El protagonista Salvador García, un campesino muy pobre, que acostumbra hacer el amor arrodillado en una desbaratada cama con un velo y un gallo colorado como testigo, contrapunto de su jaleo. El director Carlos Moreno acude a los contrapuntos para resaltar situaciones como lo hacía Luís Buñuel. Después con otro contrapunto, un gallo negro, cubre al campesino sentado al fondo, y lo disminuye como premonición del genocidio. El gallo muere y es arrojado al río. Los ríos en Colombia siempre han transportado cadáveres.
Se sobreentiende que el cine le puede ser útil al espectador, ya sea como entretenimiento o como un invaluable mensajero cultural y en el mejor de los casos como una mezcla de diversión y educación de los amantes del cine. En este sentido, la película “todos tus muertos”, hace las dos cosas a medias y pierde una singular oportunidad de educar sobre aspectos básicos de la violencia que vivimos: en el trascurso de la cinta, el amontonamiento de muertos en la zona rural de un pueblo pequeño, se convierte en el hecho que arrastra toda la historia, y lo que se hubiese podido convertir en una denuncia de toda la tragedia de la violencia que nos azota, se vuelve una circunstancia intrascendente que solo la entiende el Alcalde y el comandante de la policía, como lo muestran sus diálogos de complicidad. El film se encascara en una sola escena.
Igual nos ha pasado con los magnicidios en este país donde la comunicación oficial y de los grandes medios es pérfida y acomodada a intereses de poder: eso paso con los asesinatos de Rafael Uribe Uribe, Jorge Eliécer Gaitán y más recientemente con Luis Carlos Galán, Bernardo Jaramillo, Carlos Pizarro, etc.... Y los 300.000 muertos de la violencia liberal conservadora. Que desperdicio de un trabajo cinematográfico que con un poco de curiosidad antropológica nos pudo enseñar un tris de la violencia que nos asfixia en los últimos 50 años. Precisamente Sevilla (Valle) y Tuluá mantuvieron durante muchos años un estigma de pueblos violentos en los años 50 y 60, que hoy, la generación de menos de 30 años casi que desconoce y que bien pudo ser objeto de este trabajo fílmico.
Lo mejor que se puede resaltar de esta película es el papel del campesinado, representado en la actuación magistral del gran actor Álvaro Rodríguez, quien durante la historia interpreta un campesino enmudecido, petrificado y con una mirada tan extraviada como el guión (el “bizcocho”, le dicen al protagonista), que trasmite la malicia de las víctimas y que una vez más le sirve para sobrevivir. El personaje central Salvador (Álvaro Rodríguez) queda encasillado por el guión en una actitud impertérrita, por la gravedad de lo que descubre: un montículo de cadáveres y unas autoridades impasibles. Actúa sorprendido durante toda la película, incrédulo ante la desidia de las autoridades locales.
Salvador actúa secundado por una mujer, Carmen, de vida y de mañas urbanas (seguramente mujerzuela de prostíbulo y “sacada a vivir juiciosa” por el “bizcocho”, pero reivindicada como campesina). Salvador, como siempre pasa con la gente humilde, sospecha pero no dice nada y casi que le parece normal que el Alcalde y el comandante de la policía, se lleven los muertos para otra parte, para que nadie se dé cuenta, como siempre ha sucedido.
Los muertos ante la ineptitud, complicidad y corrupción del Alcalde y el comandante de la policía intentan pararse, algo surrealista para indicar que no está pasando nada, que la investigación no avanzará y la impunidad reinará. Las “autoridades” ni siquiera utilizan el lenguaje de su investidura, a los muertos en el lugar del arrojamiento los llaman: calentao. Llegaron los buitres y todavía no habían avanzado en las pesquisas. Una de las “ideas” del Alcalde fue arrojarlos al río. Paralelamente la comisión de derechos humanos es informada por el periodista Martínez (xxx), también actúan de manera incauta y al final van a parar en el camión del nuevo trasteo de muertos para arrojarlos en otro municipio. Esta es una crítica contundente que hace el director Carlos Moreno, en Colombia hace decenas de años también se hace trasteo de locos y de indigentes, cuando las autoridades de cada municipio se encartan con la llegada de población vulnerable que les tiran de otros pueblos que tampoco tienen políticas públicas de bienestar social.
El trasteo de votos es una forma de la transhumancia electoral. Previa inscripción en un municipio vecino, los líderes políticos apoyados por calanchines y cómplices, seducen y compran a grupos de personas para que se inscriban en otro municipio donde tienen intereses económicos a fin de ganar la alcaldía y convertir el presupuesto municipal en botín personal. El trasteo de votos en la película termina en trasteo de muertos. El Alcalde de Andalucía (Jorge Herrera) le imputa al Alcalde de Tuluá la maniobra fraudulenta y criminal. El candidato que ganó las elecciones no era el del Alcalde de Andalucía, él apoyaba a Vladimir y ganó Morcillo. Otros ciudadanos trasteados aumentaron la votación.
Al director Carlos Moreno en este trabajo cinematográfico se le nota el oficio, narra bien, con conocimiento del plan de rodaje y trabajo. Su experiencia en Perro come Perro y El Cartel de los sapos, se deja ver. Ahora su profesionalidad la está demostrando con la realización de “Escobar el patrón del mal”. La película fue ganadora en el Festival de cine independiente de Sundance; enhorabuena; aunque el premio se debió haber ganado más por la denuncia de la violencia en Colombia, que por ser la de mejor fotografía al utilizar la luz natural que resplandece casi todo el año en el Valle geográfico del Río Cauca.
Por. Alberto Ramos y Ernesto Pino.