Lo paradójico es que de no despenalizarse la producción y la comercialización, el ámbito de lo ilícito siempre hará productivo y redituable el tráfico, y hará difícil la terminación de la guerra en Colombia, porque todos los actores armados de izquierda y derecha (y todos los actores corruptos no combatientes), se nutren de las ganancias de ese tráfico. Este no es ya un conflicto bajo la sombrilla de la guerra fría, es un conflicto amorfo que tiene a la guerra como negocio, y lamentablemente para maldición de Colombia, los sicotrópicos son la fuente de todo el flujo de dineros. Por esta razón el arma de la legalización o despenalización es más contundente que los aviones fantasmas, los helicópteros black hawk y las fumigaciones con glifosato; pero la legalización tendrá que ser global, porque el producto más globalizado es la sustancia adictiva de la coca y la heroína. Y en muchos años no habrá legalización global. Entonces, estamos condenados, porque el país que empiece a legalizar la producción ipso-facto será demonizado.
Muchos presidentes de América ya están inclinados por acabar la prohibición de la coca y a punta de impactos crueles al ver que la guerra contra las drogas no avanza, desangrando más a varios países (Colombia, México, Guatemala, Brasil,…), rompiendo el equilibrio institucional, corrompiendo a la clase política, alentando, a los actores armados volviendo invivible importantes ciudades, etc., estos líderes están ahora considerando que la legalización de la coca es la salida a la crisis. Tardíamente se hará este fin de semana un debate público y quizá el más sonoro por el escenario multinacional, la VI Cumbre de las Américas, en Cartagena no podrá eludirse este tema donde se fijaran las posiciones y el camino a seguir.
Legalizar la producción, comercializar la coca y regularla, es una forma de combatir el lucro ilícito, las violencias que devienen por el mercado clandestino de la coca. Asistir a los adictos en centros de salud es menos costoso que reparar los daños causados por la violencia mafiosa, la descomposición gubernamental, la voladura de oleoductos que contamina ríos y el desangre urbano que deja a las autoridades impávidas en el papel de contar y restar muertos sin poder garantizar la convivencia ciudadana.
Pero la discusión continental debe llegar al seno de la Asamblea General de la ONU para su aprobación multilateral. Algún día la producción y comercialización de la coca será como la del tabaco, los cigarrillos, el Whisky y los demás licores que emborrachan y descomponen en exceso pero son rentas estatales y cada consumidor se autoregula para no desbaratar el organismo.
Rosa María Agudelo lo expuso con claridad en su última columna de enero, “La legalización de la droga es sin duda un paso que debe dar el mundo. Los resultados de la lucha contra el narcotráfico, llevada a cabo en las últimas décadas, demuestran que no logran frenar el consumo sino aumentar la violencia ligada al negocio…La despenalización de la droga no debe seguir posponiéndose con el argumento de que aumentaría el consumo”.
La Cumbre de la Américas en 1994 se creó con la idea de ser el escenario propicio y el motor de un proyecto: beneficiarse los EEUU con todo el mercado de América Latina a través del ALCA. Hoy ante la oposición de bloques regionales en estos 17 años y la eclosión de otros mercados, la bilateralidad de los TLC se impuso y los términos de negociación económica se atemperaron. Los temas a ventilarse en la VI Cumbre de las Américas dejan ver la relativa autonomía que comienza a moverse en América latina respecto a EEUU antes obsecuentes y patio de colonias.
Alberto Ramos Garbiras, Catedrático de derecho Ambiental, Universidad Libre.