Alberto Ramos G. (*)
El bombardeo al campamento de Raúl Reyes, la mano amputada de Iván Ríos, la muerte de Tirofijo y la Operación Jaque, inyectaron de triunfalismo a vastos sectores de la sociedad colombiana y a la cúpula de los partidos políticos, mientras la guerra continuaba, y los falsos positivos nutrían parte de las bajas en combate. La tozudez de Piedad Córdoba la animó a reclamarle a la guerrilla más liberaciones unilaterales; mientras los partidos políticos se enredaron en otras discusiones, desde la reelección, la responsabilidad por la crisis de los captadores ilegales con las pirámides, hasta el tráfico de Bogotá; y no presentaron iniciativas para la Paz, incluido el propio partido Liberal, al que ella pertenece.
El mismo presidente Uribe sabe que es muy difícil logra aprobar la segunda reelección por sus mayorías parlamentarias están fracturadas; la guerrilla sabe que el triunfo de cualquier otro candidato en el 2010 ofrece un escenario distinto de diálogo para encontrarle otra salida al conflicto armado, por esta razón las liberaciones unilaterales, aunque tardíamente, están allanando el sendero para un eventual proceso político o dialogado, de cara al próximo gobierno, porque la prolongación de la guerra, por fatiga, y disminución de sus efectivos, no le conviene tampoco a la guerrilla. Después de todo lo ocurrido dentro de los dos gobiernos del Presidente Uribe Vélez, las FARC deben ser conscientes que ante tantos incumplimientos al Derecho Internacional Humanitario (DIH), deben tener la sensatez de empezar a cumplirlo, so pena de desaparecer como fuerza insurgente y perder lo que les queda de “simpatías” internacionales.
Los partidos políticos quedaron desbordados por la iniciativa de la agrupación “colombianos por la Paz” para liberar secuestrados y activar la interlocución con la guerrilla; los partidos y movimientos políticos perdieron iniciativa, tanto los oficialistas como los de la oposición; los oficialistas por triunfalistas y guerreristas; la oposición por descuido y adormilamiento. Sería muy alentador que continuaran las liberaciones unilaterales, pero a la luz del DIH, en estricto sentido jurídico y político, después de los hechos ocurridos durante los primeros cinco días de febrero(producto de un dialogo epistolar de tres meses), las partes deben obrar para cumplir sus obligaciones jurídicas internacionales y proceder a perfeccionar acuerdos humanitarios de intercambio de prisioneros, de desminado y otros aspectos del DIH, para poner fin al sufrimiento de los demás cautivos, sus familiares, y empezar a humanizar el conflicto que alivie a toda la sociedad colombiana.
Esa comunicación epistolar de un grupo de intelectuales alentados por Piedad Córdoba, le demostró, al parecer sin proponérselo, a las organizaciones políticos que, la interlocución todavía era posible, y que abrir escenarios de paz es más esperanzador que continuar con una guerra cerrada generando más desplazamiento y violación masiva de los derechos humanos. La falta de iniciativa de los partidos políticos, se prevé, producirá autorreflexiones y autocríticas para recomponer sus plataformas ideológicas en un año preelectoral donde todos los actores juegan al reposicionamiento de sus imágenes, tanto el Gobierno, como los miembros de la cúpula de los partidos, hasta las mismas FARC, para poder encontrar aliados. Las acciones de todos se basan en lo mediático, y del comportamiento ponderado de los periodistas depende la lectura e interpretación de los mensajes para el grueso de la población.
La gestión de “colombianos por la paz” y de Piedad Córdoba prosperó por la falta de un Alto Comisionado Para La Paz, o Gestor de paz con credibilidad, que obre con criterio propio. Luís Carlos Restrepo se circunscribió sólo al proceso paramilitar que, no fue un verdadero proceso de paz, sino de arreglos para la desmovilización parcial en el entramado de la justicia transicional (Justicia y Paz), aún sin consolidarse. Su fallida gestión y la necesidad de verdaderos mediadores, insta a recordar lo sucedido con los iniciales Secretarios de la ONU. Paúl Kennedy en su libro “El Parlamento de la Humanidad” nos recuerda que al primer Secretario, Trygve Lie, tuvo una concepción expansiva de sus funciones y sesgada que significó poca influencia para acercar a las partes alteradas por el conflicto de las dos coreas; mientras que, su reemplazo, Dag Hammarskjold, resultó ser la persona perfecta para una labor imposible: era firme, un político, un idealista pragmático e innovador; incluso concibió una estrategia especial entre la diplomacia discreta y los bastidores para resolver cuestiones peliaguda, construyendo un lenguaje que hiciera avanzar el proceso de paz y dejara a las grandes potencias sin escapatoria, y aplacando todas las sensibilidades del modo más extraordinario.
Una figura de ese talante necesita Colombia en estos momentos de polarización del conflicto, y como no reúne esas características el Alto Comisionado, renunció y se ausentó de las dos últimas liberaciones, además, fue reemplazado de facto por los gestores de las liberaciones recientes.
(*) Politólogo egresado de la Universidad Javeriana.