Alberto Ramos Garbiras (*)
La cruda realidad del terrorismo y los excesos cometidos por los estados en las guerras internacionales inspira a los directores de cine y a la industria cinematográfica para trasladar al celuloide los hechos bajo los parámetros del cine argumental o en documentales, o con insertos de estos, o bajo el género del cine-histórico y político; y más recientemente el cine fantástico y futurista, incluyendo una variable: el terrorismo futurista, dentro del cine fantástico.
Las acciones de los terroristas crean pánico, miedo y terror extendido, parecido al pavor ocasionado por una catástrofe, por el efecto colectivo. Valga la pena un parangón. En los géneros cinematográficos existe una diferencia entre:1) el cine de acción o violento,2) el cine de suspenso,3) el cine de terror,4) el cine de catástrofes y 5) el cine fantástico. El espectador en su butaca acepta los cánones del género e ingresa a la sala, sabe lo que va a ver, aunque será sorprendido en algunas escenas, pero conoce las reglas del género.
El cine de terror y el cine sobre catástrofes constituyen los dos géneros que infunden más miedo, pero al fin y al cabo, los asesinos, depredadores, los huracanes y demás efectos de la naturaleza no se salen de la pantalla para colarse en las calles. En cambio, con la violencia extrema, el terrorismo crea un pánico extendido en toda la ciudad donde ocurre el hecho: la violencia es real y su origen abscóndito: el miedo se difunde a todas las calles. Igual sucede con un terremoto, una inundación o una irrupción volcánica.
En cambio la violencia común, la violencia guerrillera u otras formas de violencia crean suspenso, acción de tropas y respuestas armadas que, son manejables, dosificadas y contrarrestables; pero no crean terror. El terrorismo por su carácter clandestino y súbito, sin enfrentamiento, no es manejable en el acto, pero extiende el miedo público.
(*) Profesor-Investigador Universidad, Santiago de Cali.(USC)