Texto de Alberto Ramos Garbiras (*)
Los conquistadores que posaron o fingieron ser
grandes señores ibéricos, aunque fuesen iletrados la mayoría, llegaron con la
visión, el objetivo y la misión de escalar socialmente porque venían de no
poseer bienes materiales en una España feudal donde admiraban la Nobleza y a
los hidalgos poseedores de la tierra. Los campesinos españoles arrancados de la
tierra en el continente europeo, viajaron a América acompañados por desclasados
del Medioevo, analfabetas unos, y delincuentes otros; llegaron con el objetivo
de conseguir tierras y lograr exacciones. Por lo tanto, la campaña de Conquista
dentro de la empresa de dominación y anexión en nombre del Rey, y la “creencia”
de evangelizar para ganar almas y grey al catolicismo, asistidos por curas
doctrineros, fueron la excusa para arrebatar a los indígenas la tierra, tomarla
y repartirla a los “soldados” que, conformaban la empresa de vasallaje y
exterminio. Evangelizar para disminuir impíos y apoderarse de las tierras de un
continente del que se apropiaron desde México hasta Argentina, excepto Brasil y
Norteamérica, tomados por portugueses e ingleses, que hicieron lo mismo.
Con la
instalación de las instituciones coloniales hicieron lo mismo durante 260 años
más, pero ya establecidos con las formas de dominación colonial. Al ser
vencidos en las guerras de independencia entre 1810 hasta 1824, gradualmente
fueron expulsados para fundar los Estados-Nación republicanos, ascendiendo al
poder en primera línea los criollos con la mitad de sangre española, y en
segunda línea los mestizos advenedizos; procedieron a tomarse la tierra que los
españoles habían usurpado. Se auparon estos criollos en la nueva estructura del
Estado, y se afianzaron también en el poder burocrático, prevalidos de la
prestancia que les daba la propiedad sobre grandes extensiones de tierras.
De la
hacienda colonial se pasó al latifundio republicano y a un proceso de tradición
de las propiedades hasta copar la explotación agrícola sobre los terrenos
habitables. Las siguientes etapas fueron de anexiones, la colonización de
nuevas zonas, la tala, el desbroce de otros territorios, para lo cual
utilizaban a campesinos pobres para que descuajaran los bosques, hicieran
explanadas y levantaran pueblos, ampliando el comercio y fomentando cultivos (añil,
quina, café, tabaco, …), y apoderándose con artimañas de los baldíos dispersos:
bienes de la Nación que no habían sido repartidos.
Lariza
Pizano, realizó un análisis sobre el periodo poscolonial, o sea el de la
conformación de los estados independientes (Estados-Nación), que se extiende
por la demora que hubo para salir de las estructuras coloniales, a fin de
lograr superar esos fardos y modernizar el Estado. Por esta razón los cambios en la organización
formal de la autoridad no supusieron transformaciones reales en el
funcionamiento del sistema político. Al investigar sobre las guerras civiles
del siglo XIX, sus causas y desarrollos, uno puede observar que aún perviven
conductas similares y factores en el manejo de la política y el ejercicio del
poder. Y las trapisondas, triquiñuelas y conspiraciones, para competir, para
burlar la oposición y el control al ejercicio del poder.
El
investigador británico John Lynch, expresó en su obra sobre caudillos en
Hispanoamérica que, aparecieron como parte de un proceso histórico en el cual
los líderes personalistas acumulaban una serie de funciones y acrecentaban su
poder de manera gradual en respuesta a intereses específicos. El culto al
caudillo fue un culto republicano, surgido en el transcurso de la guerra y la
revolución. Los habitantes de Hispanoamérica reconocían un genuino caudillo a
primera vista y creían que sus actos eran los propios de su figura y no
simplemente los de un presidente o general enmascarado. El caudillo poseía tres
rasgos básicos definitorios: una base económica, una implantación social y un
proyecto político. En un principio, emergió como héroe local, el hombre fuerte
de su región de origen cuya autoridad emanaba de la propiedad de la tierra y el
control que ejercía sobre los recursos locales, sobre todo acceso a hombres y
abastecimientos. Asimismo, poseía un historial que incluía la realización de
determinadas hazañas que causaban viva impresión por su importancia o por el
grado de valor demostrado en ellas.
Durante
el siglo XIX, el uso de las armas y retar a una confrontación que llegará a
convertirse en guerra civil, fue recurrente.
Se empleó ese método desde las regiones por parte de los caudillos más
fortalecidos en tierras y prestigio que, para algunos estaba conectado con la
forma como había nacido el Estado: con la guerra de independencia contra los
españoles. Estos habían dominado desde la Conquista, arrasando con los
indígenas. Fue una combinación de violencia
y normas implantadas, para la dominación y el sometimiento: La práctica
continuó desde que nació la República y siguió hasta 1878, a partir de este
año, llegan al poder miembros de la burguesía republicana, políticos y
gramáticos conectados con las élites de los partidos Las otras tres guerras
civiles(1885, 1895 y 1899), no estuvieron dirigidas por esa generación de
guerreros independentistas transmutados en caudillos agrarios, pero si por
militares y civiles pertenecientes a esa nueva burguesía que, aprendieron el
manejo y confrontación con los del otro partido, y utilizaron los partidos
políticos como aparatos de guerra. Un país grande en territorio, pero difícil
de recorrer por falta de vías de comunicación y vehículos de transporte, todo
concentrado en caballos y los barcos en lo fluvial. Esta situación hizo que
funcionara el aislamiento general y solo la conexión por provincias, estados
soberanos o departamentos, después; permitiendo el fortalecimiento de los
caudillos, los supremos por región que, fracturaron la soberanía.
Guerra y
política, un binomio indisoluble en el siglo XIX. Los caudillos agrarios,
propietarios de grandes latifundios desprendidos de la hacienda colonial,
lograban con el ejercicio de la política regional alcanzar fortalezas y nuclear
campesinos, peones y artesanos, como seguidores apoyados en un discurso laico
del lado liberal y religioso del lado conservador. Indudablemente al asumir la
dirigencia de los partidos políticos les permitió a quienes sobresalieron en la
conducción de la política y de las hostilidades, aglutinar personal como
clientelas captadas en las haciendas donde los caciques los reclutaban en
épocas de guerras civiles. Caudillos y caciques sabían encarar las dinámicas de
cambio, o empujar los temas que se iban necesitando.
Podemos
encontrar Caudillos agrarios en Colombia y en Hispanoamérica hasta pasada la
mitad del siglo XIX. Sin confundir caudillos con terratenientes sin mando
político, o con los gamonales del siglo XX, que corresponden a otra categoría.
El rasgo común de los caudillos agrarios, militares y políticos de la segunda
fase en la república decimonónica (1830 – 1863), se encuentra en su conexión
con la parte final de la guerra de independencia y la formación de la República
grande (Colombia, Venezuela, Ecuador 1819- 1830). Fueron militares sin carrera
porque lograron los distintivos o charreteras en el fragor de la lucha contra
los españoles. Y luego se convirtieron en líderes regionales, los llamados
Supremos, y estuvieron atentos a la formación de los partidos políticos.
El
prototipo del caudillo agrario, terrateniente, militar y político fue el
caucano Tomás Cipriano de Mosquera. Acompañó a Simón Bolívar en la última fase
de la guerra de independencia, se destacó con mucha notoriedad; luego de la
disolución de la Gan Colombia, en el curso de los primeros gobiernos republicanos
apoyó al presidente José Ignacio de Márquez. Dirigió el ejército nacional para
enfrentar a José María Obando, otro caudillo de esa misma región. Actuó al lado
de Pedro Alcántara Herrán, lo acompañó en su ejercicio presidencial, y
posteriormente va a ejercer la presidencia de la República 4 veces.
Tomás Cipriano de Mosquera, que fue catalogado
como conservador, se deslindó de ese partido, con enjundia y tenacidad, ejecutó
políticas públicas novedosas durante su primera presidencia, colaboró con el
gobierno de otro caudillo del mismo porte, José Hilario López , como jefe
militar y político desde el gran Cauca, y
luego venció y derrocó a un
caudillo sectario del oro partido, al presidente conservador Mariano Ospina
Rodríguez, e impulsó la formación del Olimpo radical, convirtiéndose otra vez
en presidente del primer período de los liberales afrancesados e ilustrados que
orientaba Manuel Murillo Toro.
Esto se
decían de Páez sus adversarios «No puede Venezuela gozar de tranquilidad
mientras viva en ella el general Páez, porque si manda la convierte en juguete
de sus caprichos, y si no manda hace del gobierno un instrumento suyo o ha de
conspirar siempre para volver al mando, resultando de todo ello que no puede
haber ningún sistema estable y seguro» ;ejercía un poder independiente de
cualquier institución, libre de toda constricción y, al intentar perpetuarse en
el poder, constituía una fuerza desestabilizadora para el gobierno. (Lynch,
1993)
Bibliografía:
Lynch John. “Caudillos en Hispanoámerica”. EDITORIAL
MAPFRE director coordinador: José Andrés-Gallego Traducción de: Martín Rasskin
Gutman Diseño de cubierta: José Crespo. Título original Caudillos in the
Hispattic World. Oxford University Press. 1993.
Pizano
Lariza. “Caudillismo y clientelismo: expresiones de una misma lógica. El
Fracaso del Modelo liberal en Latinoamérica», Revista de Estudios Sociales [En
línea, Publicado el 20 noviembre 2018.