El triunfo de Jair Bolsonaro en la primera
vuelta electoral y la segunda durante la elección presidencial de Brasil como
candidato de una derecha populista se suma al caso de Donald Trump en EEUU, de
Mateo Salvini en Italia, de Víctor Orbam en Hungría, de Duterte en Filipinas, de
Erdogan en Turquía); son candidatos que se presentan como antipolíticos,
renovadores, enfrentados a la clase política en el poder, utilizan un lenguaje
hirsuto/confrontacional y se muestran como mesías salvadores de la crisis que
vive ese Estado, entre otras características que exhiben.
Bolsonaro
se enmarca en esa conducta, pero por primera vez un candidato rebasa los
límites del lenguaje retador, un discurso de tinte fascista, exaltando la
tortura, la dictadura, persiguiendo a las minorías, exhalando racismo contra
afrodescendientes e indígenas, xenofobia, misoginia; planteando como una de las
banderas principales permitir el libre porte de armas para que todos los
ciudadanos se defiendan de la delincuencia en crecimiento, esto generará una
especie de guerra callejera a cielo abierto y la configuración de una “sociedad
de autodefensa”, con el gesto de disparar como logo o enseña institucional.
Bolsonaro incurre en agresiones con ataques verbales que sorprenden a la
prensa, los analistas nacionales, observadores internacionales y defensores de
los derechos humanos.
Si
bien es cierto los populistas de izquierda y derecha participan y tienen opción
por la crisis general de ese país y el desgaste de los partidos políticos, se enmarcan
en el juego democrático existente en ese territorio. La disputa electoral del
año 2014 en Brasil dejó incómodo a Neves el perdedor y con la reelección a
Dilma; fraguaron varios ardides sus socios de coalición y lograron
defenestrarla en el año 2016. De ese pugilato y rapiña por el poder surge del
medio un personaje gris que se autoproclama antipolítico (habiendo hecho
política como diputado federal muchos años), un engendro político que maneja un
discurso políticamente incorrecto pero que llegó a la presidencia desde el
populismo más hirsuto.
El
aparecimiento de personajes como Trump y Bolsonaro, hacen replantear las reglas
de la Democracia y la participación política porque su ascenso so pretexto de
solucionar la crisis hace poner en riesgo a la Democracia misma al alterar las
instituciones, desconocer desde el gobierno el equilibrio de poderes porque
polarizan a la sociedad o sea a la nación, e impulsan una política de odio que
genera violencia, una violencia distinta a la que dicen van a solucionar en las
ciudades por la inseguridad irresuelta desde administraciones anteriores.
En
estas circunstancias las debilidades de los sistemas democráticos que no han
podido perfeccionarse con reformas constitucionales anteriores, comienzan a
enfrentar otro problema mayor generado por la permisibilidad del mismo sistema
al no poder impedir la irrupción de esta clase de personajes impreparados, no
estadistas, sin preparación para el manejo de los asuntos del Estado,
ignorantes de las reglas el Estado de Derecho y del derecho internacional al
que pertenecen esos países a través de los organismos multilaterales. Esto
ocurre con los populistas de derecha, más no con los populistas de izquierda
que llegan con preparación a representar a la población desvalida; pero existen
excepciones por la prolongación de los períodos presidenciales (he aquí lo malo
de la reelección, caen en el autoritarismo y la deformación del mando, como los
casos de Maduro en Venezuela y Ortega en Nicaragua).
Trump como populista de derecha también es xenófobo y racista, impulsa
la supremacía blanca y tiene apoyo en el Congreso con los republicanos.
Bolsonaro no tiene mayorías en el congreso y ni siquiera partido político
fuerte porque el PSL es un partido minoritario y él es un advenedizo, un recién
llegado a esa formación política.
Bolsonaro no contó con el apoyo de la prensa tradicional ni de la prensa
moderada y cuerda, la campaña la realizó a través de las redes sociales, del
WhatsAap, de las falsas noticias (fake-news). Queda probado como en otras
elecciones recientes en diferentes países que la política digital está
superando a la política presencial; y constriñe a continuar el debate sobre el
control o al menos regulación de estas noticias sin responsabilidad que difunde
calumnias y distorsiona la realidad. Como lo expone Jordi Minguell en “CTXT
revista Contacto”, Mensajes no consentidos que llegan al WhatsAap, canal de
difusión de contenido masivo sin regulación sobre qué, cuándo y cómo, un
votante recibe información. Esto supone una posibilidad extra de injerencia de
capital e intereses privados en el proceso democrático independiente de un
país”.
La
candidatura de Jair Bolsonaro se presentó con el nicho del Partido Social
Liberal (PSL); un hombre que no es liberal, que no tiene posturas sociales, un
exmilitar racista no encaja en un nombre de partido que tampoco predica nada de
los contenidos del nombre. Ya había ingresado y militado en otros 6 partidos
políticos en los últimos 25 años, o sea un comportamiento de saltimbanqui sin
cohesión ideológica, pero su verdadera catadura y formación es la de un militar
de línea dura aunque fue indisciplinado cuando perteneció al ejército. Su
vicepresidente es un exmilitar también, igual que varios ministros que tiene en
mente.
80 ex-militares
llevó o arrastró su nombre para el Congreso, va a ubicar varios ex-militares en
ministerios, y el empoderamiento o aupamiento social de los militares como el
principal estamento de la sociedad, esto hará en la práctica que se conforme un
poder cívico-militar que arrancará en enero 2019 con un gobierno mixto y
atípico, ultraconservador de corte falangista en parte y fascista como
complemento, populista de extrema derecha y con dosis teocráticas. El
falangismo, en alusión a la doctrina de José Antonio Primo de Rivera, para
sofrenar al sistema liberal parlamentario de la República española (1931); el
falangismo propugnó por la instauración de una dictadura nacionalista dirigida
por el partido triunfador, al apoyo religioso sobre cualquier ideología, tena
un programa de gobierno ambiguo o inclasificable, defensa a ultranza de la
propiedad privada, aliento a la gran industria y nuevas formas de
reorganización agraria; aspectos tomados de los 27 puntos de la proclama
falangista.
El
analista Carlos Andrés Duque, filósofo colombiano, quien cursó un doctorado en
filosofía en Brasil, Universidad de Campinas, sobre este fenómeno registrado en
las recientes elecciones expuso: “Este
ascenso del fascismo es también una de las tantas consecuencias de que la
izquierda, el progresismo, le haya cedido la pregunta por la espiritualidad, el
sentido, lo comunitario y la trascendencia (la religión es el opio del pueblo, etc.),
a la derecha, a los fundamentalistas, a los voraces neopentecostales que son la
avanzada del “neoliberalismo bíblico”. O Como lo expresó Rossana Rossanda
refiriéndose a Mateo Salvini, cabeza visible del gobierno italiano actual,
“tenemos la deriva racista del populismo, como sucede en EEUU con Trump y
sucederá en Brasil con Bolsonaro: ven al inmigrante solo como un criminal
potencial”.
La
judicialización de la conducta del expresidente Lulla permitió el triunfo de
Bolsonaro. Lulla iba ganando en las encuestas y su figura volvió a la
competencia electoral pero la investigación judicial del caso Lavajato y los
sesgos del Juez Sergio Moro radicalizaron la decisión sin permitirle competir
electoralmente. Las perversas maquinaciones de Aécio Neves y Michel Temer (artífices
de las acusaciones contra Dilma Rousseff) para sacar a Lulla del mercado
político le tendieron el puente a Bolsonaro que no es un demócrata, no es
liberal, y se inclina por un populismo de extrema derecha rayando en el
fascismo.
Viéndolo retrospectivamente por la vía electoral llegaron al poder
Hitler y Mussolini, a través de una especie de populismo de derecha; luego
sacaron los dientes hacia la conformación del totalitarismo.
Bolsonaro no tiene nociones sobre la importancia del medioambiente,
menos va a entender de qué se trata la adecuación del cambio climático,
tajantemente ha dicho que desconocerá el Acuerdo COP21 de París. De esta manera
dejaría expuesto el bosque amazónico pues considera a la agricultura extensiva
la mejor forma de competir en el mercado mundial, y la ganadería una excelente
línea de ingresos por la exportación de carnes; así concibe la necesidad de
fusionar los dos ministerios: Agricultura y Medioambiente. Para él la
potrerización de los suelos es un negocio porque crecen las dehesas de ganado.
Las
iglesias evangélicas apoyaron a Jair Bolsonaro, estas iglesias se han expandido
en el país más católico del planeta tierra y supieron abordar a las personas
más desamparadas de las favelas o barrios de invasión, con un trabajo de zapa,
lento, progresivo y alienante; esas iglesias con pastores regados en todo el
país han impulsado una corriente de catequesis llamada “teología de la
prosperidad”, persuadiendo a la gente que podrá cambiar su situación si reza y
se solidarizan en campañas de donativos para que muchos accedan a sus
necesidades básicas. Gran parte del triunfo de Bolsonaro se debe a las iglesias
evangélicas y su adoctrinamiento en sectores pobres. Pastores con influencia y
poder económico que lo apoyaron son: Magno Malta, (Pastor y Senador); Edir
Macedo, dueño de medios de comunicación;Marcelo Crivella(ex Alcalde de Rio de
janeiro); Wellington Bezerra (Presidente de la Congregación Evangélica); Silas
Malafaia; Everaldo Días, excandidato presidencial en el 2014, y otros.
Por: Alberto Ramos Garbiras | Abogado con
especialización en Derecho Constitucional de
la Universidad Libre Seccional Cali; Magíster en Ciencia Política,
Universidad Javeriana, PhD, Doctorado en Política Latinoamericana, Universidad
Nacional de Madrid (UNED- España); profesor de derecho internacional en la
Universidad Libre.