Desde el año 2010 me retiré del Partido Liberal
para ingresar al naciente Partido Verde, cuando observé y constaté que la Unidad Nacional Santista era una
reedición descafeinada del Frente
Nacional y la continuidad de la fusión del bipartidismo que ayudaba a
crecer el presidencialismo excesivo alrededor de figuras que decían haberse
retirado de los partidos tradicionales, pero se aglutinaban alrededor los nuevos elegidos; en el momento de mi
retiro Santos todavía no se había desmarcado del exresidente Uribe, era su
elegido, lo expliqué en un programa de televisión regional titulado “La Quinta Silla”.
En mi
libro “Derechos humanos y democracia” (ISBN958-8119-59-6), expuse que la crisis
del Partido Liberal en Colombia tiene ribetes muy serios porque existe un
agrietamiento en su composición, en su funcionamiento y está en vilo su
vigencia. No tienen organicidad y las jerarquías que establecen no orientan a
la colectividad, o no son acatadas. Solo recordemos cuando Horacio Serpa
después de agosto de 1998 asumió la jefatura después del triunfo de Pastrana
Arango, Serpa anunció una oposición patriótica, se produjo un reacomodo de la
bancada liberal que le hizo perder al liberalismo las mesas directivas del
Congreso. Álvaro Uribe, de origen liberal llegó al poder en el año 2002, se
apartó del liberalismo y gobernó con los conservadores y con formaciones políticas
de camuflaje, donde los jefes liberales departamentales se incrustaron. Desde
el Gobierno de López Michelsen (1974/ 1978) el liberalismo se federalizó,
funciona como 32 partidos liberales con un jefe mínimo (muchas veces, dos) en
cada Departamento, hasta el año 1991 hubo intendencias y comisarías.
El otro problema grave estribó en este
comportamiento: Los últimos 5 presidentes liberales (López Michelsen, Turbay, Barco,
Gaviria y Samper), no asumieron la jefatura del Partido Liberal, dejando
expósito al partido que los llevó al poder, sin un desarrollo programático, sin
insertar la filosofía del partido y las propuestas a la práctica gubernamental,
todo por cogobernar con el partido que derrotaban. Y sobre todo por una norma
constitucional absurda que prohíbe a los altos funcionarios participar en
actividades políticas. Es decir, la norma desmantela la organicidad de los
partidos y remite a los jefes a la clandestinidad, aunque todos los
funcionarios públicos continúan haciendo política de manera subrepticia. Al no
asumir el Presidente de la República la jefatura del partido éste aparentemente
queda acéfalo, así el Presidente dirija todos los intersticios de la vida
pública. Esa ambivalencia no existe en otros países, ello permite el
sostenimiento del poder por sucesión electoral, si se sabe gobernar, o las
caídas electorales si se registran abusos de autoridad. Felipe González se
mantuvo en el poder español durante 14 años, siendo el Presidente del Gobierno
y el Secretario o jefe del partido socialista PSOE. Clinton como Presidente de
los EEUU aspiró a ser reelegido, e hizo campaña desde la Casa Blanca,
sosteniendo a su partido Demócrata en el poder. Así se puede ilustrar con
modelos y funcionamiento de otros países donde quien llega a la jefatura del
Estado o del Gobierno, ya sea en un sistema parlamentario o en un sistema
presidencialista, no se oculta de su partido o disimula que no puede hacer
política.
En estas circunstancias el Partido Liberal
habiendo gobernado casi 20 años consecutivos (con la excepción del gobierno de
Belisario Betancourt), no hizo ningún gobierno de partido al verse acosado y
acostumbrado al fantasma frentenacionalista, entregó los ministerios y muchos
entes significativos del Estado. La única excepción la intento Virgilio Barco,
pero fue atarzanado y presionado por el otro partido, queriendo ser
gobiernistas a la fuerza. Se impidió durante esos 20 años que el Partido
Liberal recobrara su identidad y perdió definitivamente los linderos
ideológicos que se empezaron a diluir durante el periodo de alternación
bipartidista (1958-1974). La connivencia y el convivialismo con el Partido
Conservador lo colocaron en contravía de su razón histórica: al gobernar sin
oposición, se desdibujó más.
La desbandada de liberales, liderados por Juan
Fernando Cristo, que presentaron recientemente su renuncia a la militancia
dentro del Partido Liberal dirigido por César Gaviria, no significa que
abandonen las ideas, los principios y el imaginario del liberalismo clásico, al
contrario se retiran para fundar, según ellos, otro partido con el imaginario
liberal “puro”, para reunificar liberales dispersos en partidos de fachada que
surgieron desde el año 2003, o para aglutinarse con el Nuevo
Liberalismo (fundado por Luis Carlos Galán), si se le devuelve la personería
jurídica.
Ante el
desperfilamiento del partido Liberal durante las pasadas elecciones y por la
conducta del expresidente Gaviria que, amordazó esa organización sin
pronunciamientos sobre temas cruciales y por realizar una adhesión en la
segunda vuelta sin acuerdo programático para buscar burocracia ministerial y
cuotas administrativas nacionales, a la vieja usanza desde los comienzos del
Frente Nacional, encontrándose con el cierre de esos espacios por parte del
Centro Democrático que tiene otro proyecto, no de convivialismo con los rezagos
del bipartidismo, sino de construcción de un partido hegemónico.
La división del Partido Liberal y del Partido
de la U que estamos presenciando, son producto de la conducta sinuosa y
entreguista de cabezas visibles en ambas formaciones políticas que andan
medrando porciones de poder dentro del gobierno de Iván Duque porque no les
otorgaron nada visible; y no se percatan que el Centro Democrático(CD) tiene un
proyecto de largo alcance para evolucionar hacia un partido hegemónico como lo
fue el Partido Nacional de Rafael Núñez, creado con disidentes liberales
radicales y conservadores históricos que, organizaron la llamada Regeneración;
o como el caso del PRI en México que duró 70 años en el poder ganando las
elecciones a partidos minoritarios; con ese enfoque el CD entonces dispondrá
del poder central para ellos; de otro lado estará toreando a los independientes
que los deja con cuotas menores regionales y enfrentando la oposición.
Por Alberto Ramos Garbiras: Magíster en Ciencia Política Universidad
Javeriana; PhD, Doctorado en Política Latinoamericana, Universidad Nacional de
Madrid (UNED- España); profesor de derecho internacional en la Universidad
Libre.