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19 feb 2018

Matadero Municipal


Cali figura entre las 10 ciudades más peligrosas del mundo y como la segunda ciudad más violenta de Colombia. El miedo está esparcido por toda la ciudad convertida en un matadero a cielo abierto. Entre los años 2000 al 2015 fueron asesinadas en Cali casi 28.000 personas así lo demostraron los periodistas Lina Uribe, Hugo Mario Cárdenas, Ossiel Villada y Ana María Saavedra, haciendo un estudio de gabinete, como ejercicio del periodismo de datos, con la publicación titulada “El mapa de la muerte: quince años de homicidios en Cali”.

Según el Instituto Nacional de Medicina Legal durante el año 2017, Cali fue la ciudad que registró la mayor cantidad de asesinatos en Colombia, 1.190. Dentro del mes de enero 2018 fueron asesinadas de manera inmisericorde 91 personas. En febrero el exconcejal Michel Maya fue atracado dos veces en solo 8 días, en el mismo sitio, detrás del Hotel Intercontinental, en Cali esa violencia urbana extendida disminuye la calidad de vida porque las personas reducen los espacios donde se mueven, no pueden gozar los espacios públicos de la ciudad con tranquilidad. Y parte de las potenciales víctimas, todos los que poseen bienes, se enferman por el pánico y la tensión diaria ante el eventual ataque súbito. Por la inseguridad urbana aumenta el enrejamiento de casas y apartamentos, y los más solventes tienen que acudir a la compra de inmuebles en unidades residenciales cerradas, aislándose de otras zonas de la ciudad y gravando la economía familiar.

Las formas más notorias de producción de muertes han sido el microtráfico, las venganzas privadas a través de sicarios y las confrontaciones de pandillas. Muertes en asalto a residencias, violencia intrafamiliar, robos callejeros, fleteos, hurto de celulares organizados por motociclistas y ladrones de a pie, venganzas, atraco a restaurantes y hurtos famélicos; despojo de pertenencias, son los actos más recurrentes cometidos por actores individuales que salen al rebusque violento. Y un delito de mucha frecuencia: la extorsión.

La comuna 21 es una de las más azotadas por la violencia, zonas delimitadas de manera invisible, son fronteras que no se deben cruzar, las pandillas dominan esos territorios. La delincuencia juvenil causa gran daño porque la inimputabilidad que gozan hasta ahora los hace objeto de búsqueda para ser contratados por cerebros asesinos, instrumentalizados y convertidos en mano de obra criminal.

Por la inseguridad urbana crece el ejército de vigilantes de seguridad privada con una gama de uniformes que parecen ejércitos de varios países desfilando en moto por la ciudad: ejércitos decorativos e inservibles. Su papel disuasivo, no efectivo, es conocido por los delincuentes armados y activos.

Hace varios años escribí que en Cali los funcionarios de la Alcaldía, ante la imposibilidad de frenar la violencia con una política criminal seria y efectiva, se inventaron una variable amorfa de la Violentología, la muertología, ante  la falta de aplicaciones rigurosas para comprender la epidemiología de la violencia. La muertología es una  técnica perversa que consiste en contar y descontar muertos para demostrar por meses, trimestres, semestres o cada año, de acuerdo a la época que se presente el informe, un “mejoramiento de la seguridad” resaltando un número de muertos menos, en uno u otro período.

La muertología, he podido inferir, tiene cuatro formas de ilusionismo, engaño y quiromancia jugando con lo letal de las cifras. 1) No acumular ni cruzar la información con las cifras de cadáveres que registra la Fiscalía General de  la Nación, Medicina Legal (la Morgue), la Policía Nacional, por eso los datos no concuerdan con los de CISALVA que si suma todas las fuentes de información. 2) Quitar o restar muertos en las fechas significativas: día de la madre, del padre, durante la feria, del 24 o del 31 de diciembre, etc. 3) Descartar algunos muertos porque la persona llegó herida desde alguna parte del área metropolitana. Esto sin narrar aquí la disputa por el trasteo y peloteo de cadáveres desde Yumbo o Jamundí, marrullas de la Fuerza Pública para demostrar cada comandante efectividad desencartándose de los cadáveres anónimos o NNs. 4) No contar a los sobrevivientes de los asaltos porque no murieron en el acto, no hubo levantamiento del cadáver, aunque muera después. Esa vístame queda figurando en la lista de lesiones personales. Esto se podría comprobar comparando las listas de los hospitales y centros de salud, y cruzando las cifras con los atracos callejeros, robo de residencias, carros, motos, etc.
Por: Alberto Ramos Garbiras.