Autor Alberto Ramos Garbiras (*)
El acuerdo venezolano con Rusia para construir una o dos centrales de energía nuclear ha desatado una serie de reflexiones y especulaciones que se pueden enmarcar en otro paso de la carrera armamentista. Hay que resaltar que la producción nuclear tiene dos componentes: la energía nuclear y las armas nucleares. Francia se abastece en más de un 60% con energía nuclear y no por ello existe alarma en los países vecinos sobre un eventual polvorín de guerra fronteriza.
La lucha contra el calentamiento global invita desde las cumbres mundiales (Poznan, Bali, Copenhague), a buscar energías alternativas para sustituir a los combustibles fósiles: petróleo, carbón, gas. Además, está en entredicho la capacidad financiera de Venezuela para instalar estas centrales nucleares, cada una de ellas para empezar requiere más de 3.200 millones de dólares, y en este momento el gobierno de Chávez se encuentra en calzas prietas hasta para generar energía eléctrica tradicional.
Entonces, el anuncio solo puede ser el anticipo de un proyecto querenciado pero de difícil puesta en marcha, puede tratarse de una baladronada para posar de potencial productor, o puede ser una estrategia geopolítica con un interés político: mostrarse armado y cercano a Irán y Rusia dentro del alinderamiento internacional en pos del diseño de un nuevo orden mundial con países nucleares que no pertenecen a la OTAN o Alianza Atlántica. También puede ser una táctica distractora, presentando como lo principal los pactos nucleares, cuando lo principal es la adquisición envuelta en bajo perfil, de anti-misiles S-300 con destino a Irán, en una especie de intermediación simulada, ante el bloqueo que en la práctica padece Irán.
El armamentismo de Venezuela y Brasil se puede explicar así. Como miembros de UNASUR e impulsores de este organismo multilateral, ven allí un mercado ampliado a 12 países, en la búsqueda de ese mercado ampliado están dando unas puntadas ya que la fuerza militar en toda la historia de la humanidad es básica para sostener las fortalezas con las cuales se cuenta, y acrecerlas para lograr los intereses geopolíticos que se han concebido. Entonces, dentro de los países que conforman UNASUR hay una competencia velada por la preponderancia ante el futuro mercado comercial ampliado. Los países bolivarianos aglutinados en el ALBA marcan notoriamente esa tendencia.
Desde la Guerra de las Malvinas se vio la ineficacia de la cooperación militar dentro de la OEA, y de su instrumento de asistencia recíproca, el TIAR, no funcionó porque no le cooperaron a Argentina para la defensa común. UNASUR tampoco tiene listo ese instrumento de defensa común. Si lo tuvieran la OEA, o UNASUR, entonces, el afán armamentista individual disminuiría. Esa ausencia de un mecanismo de defensa común marca una inestabilidad institucional multilateral en el subcontinente suramericano. Claro, no se trata de una carrera armamentista desbocada que implique un peligro incendiario para la región. Al mismo tiempo vemos que Brasil está desempeñando un papel de mediador, de colchón amortiguador en la región, buscando apaciguar los ánimos. El uso de la fuerza internacional y la trasgresión al Derecho Internacional Público (DIP) ;como en el caso de Colombia atacando un campamento en Sucumbíos-Ecuador; sin sanciones por parte de la OEA, ni drasticidad de UNASUR desde Bariloche, es decir América latina vive un limbo respecto a las sanciones por violaciones al D.I.P.,esto conlleva de manera tácita pero visible que se armen los países militarmente de manera preventiva pero no para una escalada guerrerista bilateral, ni subcontinental.
En Suramérica, en términos generales, el armamentismo ha crecido durante los últimos 5 años en cuanto a la compra de armas, tanques, helicópteros e implementos de guerra; pero más que un armamentismo desbordado, se trata de una modernización militar disuasiva. Esta calificación puede proceder porque tiene que ver no con ataques directos a otro país, o con guerras bilaterales; tiene que ver con lucha contra el narcotráfico interno y fronterizo, combates a las guerrillas o contra reductos de actores armados, con enfrentamientos a la delincuencia interna, o esperando una potencial guerra como en el caso de Venezuela con Colombia. Así como en otras épocas lo fue contra los opositores ideológicos de las dictaduras militares.
El proceso histórico del militarismo en América latina de los años 50, 60 y 70s dejó una carga pesada para los gobiernos civiles que les siguieron dentro de los procesos de redemocratización, heredaron también un vicio continuado por las cúpulas militares, con la compre excesiva de armas que está ligada a los comportamientos de corrupción de algunas castas militares, comprando sin necesitar gran parte del armamento. Hoy, en los países andinos, el problema del narcotráfico está ligado al armamentismo. Hasta que no se logra la legalización del consumo y la producción de la coca, seguirán estos conflictos internos con las mafias, los paramilitares, las guerrillas y la corrosión de sectores de la fuerza pública permeados por el dinero; y seguirá el juego del rearme de cada uno de los países y por ende la provocación o el amague con la guerra. Esta situación lleva a otra relación: el militarismo y la deuda externa. O sea, el militarismo y la prohibición frenan el desarrollo. Los empréstitos son para el rearme y la militarización, no para el desarrollo.
(*) Magíster en Ciencia Política egresado de la Universidad Javeriana.