Texto de Alberto Ramos Garbiras (*)
Afganistán vivió una de las guerras de baja
intensidad en el desarrollo de la guerra fría, es decir su desenvolvimiento
como Estado volvió a ser truncado por
una disputa bipolar, hoy se denominan proxy wars. EEUU y la Unión Soviética
disputaron allí su influencia para implantar cada uno su sistema
político/económico que, expandieron como puja internacional después de los
acuerdos de Postman y de Yalta, al finalizar la segunda guerra mundial. Desde
el gobierno de Jimmy Carter se permitió la Operación Ciclón para cooperar con
la monarquía feudal afgana que estaban llamando a la solidaridad islámica
buscando la ayuda de Arabia Saudí y de Pakistán. Estos feudalistas habían
perdido el poder en virtud del golpe militar progresista de 1973 que, insertó
el país al socialismo y pretendía una reforma agraria, extender la educación
para combatir el analfabetismo, prohibir el matrimonio infantil, lograr la
ampliación de los derechos a las mujeres, y otros aspectos como el de proteger
la soberanía nacional.
Vietnamizar
a Afganistán le aconsejó Zbigniew Brzezinski al presidente Carter y, así se
quedarían luego para tener acceso a los recursos naturales; la intromisión
siguió en el gobierno de Ronald Reagan; EEUU alentó la lucha armada para que se
retiraran los soviéticos, con esta intromisión los norteamericanos resultaron insuflando la aparición de los
Talibanes, porque los miembros del PDPA (Partido popular Afgano), que se había
empoderado con el golpe de Estado, se dividieron y esto resquebrajó el mando,
crecieron las disidencias tribales y los adversarios muyahidines, se fortaleció
el sector Pastún, de donde afloraron los talibanes.
Inglaterra
había intervenido en el siglo XIX dos veces (1839 y en 1878), ocupando el
territorio y dominando la economía, y en otros momentos, al acecho “coaligados”
con la India, país al que dominaban. La primera vez para evitar que la
influencia rusa se extendiera a las fronteras de la India. Y la segunda vez por
razones similares, terminó con el tratado de Gandamak. Federico Engels explicó
en 1858, con un artículo de prensa, la primera y abusiva injerencia. “El 5 de enero los ingleses abandonaron el
país, 4.500 soldados y 12.000 civiles. Una jornada de marcha fue suficiente
para disipar los últimos vestigios de orden y los soldados y civiles se
empezaron a mezclar creando una confusión horrorosa y haciendo imposible toda
resistencia. El frío, la nieve y la falta de alimento tuvieron el mismo efecto
que la retirada de Napoleón de Moscú en 1812. En esa ocasión los cosacos se
mantuvieron a una distancia respetable, pero los tiradores de elite afganos,
furiosos, armados de mosquetes de largo alcance ocupaban todas las alturas y
hostigaban a los ingleses”.
En
Afganistán existen más de 50 etnias entre ellas los Pastún, Hazaras, Tayicos, Aimakos,
Baluchis, uzbekos, Turcomanos, Nuristaníes,
Brahuis, Kirguises…, esto siempre ha impedido la formación de una nación
homogénea para identificar los valores culturales. Una pluralidad que ha
llevado a hostilidades, rencillas, enfrentamientos históricos y todos atravesados
por la ideología religiosa que los nubla. El nacionalismo mal entendido también
conduce al fanatismo. Todavía no tienen una nación que les proporcione sentido
total de integración, de allí la explicación sobre las pugnas tribales.
La
religión musulmana los condujo hasta la vía del islamismo. La raíz común es el
Dios Alá, y el profeta Mahoma nacido en el año 571 después de Cristo. El tronco
común es Abraham, iluminado por el arcángel Gabriel. Pero los talibanes son
fanáticos intérpretes del Corán por vía del islamismo. Las múltiples
interpretaciones y las 5 escuelas de derecho islámico, 4 Sunitas y una Chiita
hacen que la confusión sea mayor para la adopción de normas de conducta. Un
país no laico, esto hace que la rigidez se de porque la principal fuente del
derecho sea la religión y no las conductas sociales de origen civil- secular.
Los textos religioso-coránicos no han sido renovados desde el siglo VII, de
allí que reflejen un pensamiento teológico - oscurantista religioso y medieval.
Los afganos no han pasado por un periodo de Ilustración, y desconocen
los principios democráticos comenzando por el irrespeto que cometen a los
derechos humanos de la población femenina, con mayor énfasis. Ese fanatismo
lleva a los talibanes a la imposición de una Teocracia, donde el sistema legal
se inspira en los versículos del Corán, por lo tanto, la moral está ligada a la
ley Sharia y las otras fuentes del derecho son desdeñadas. El problema estriba
en la interpretación del Corán porque en otros países musulmanes el Corán es
interpretado más ampliamente sin las restricciones excesivas de los talibanes y
muchos suníes. La Sharia es un sistema de normas que hacen estricta la ley para
los talibanes al extremo de reducir el papel de las mujeres en la sociedad,
minimizarlas prohibiéndoles vestirse libremente, tener que salir acompañadas,
impedir su educación, restringir la libertad de opinión, una negación total de
los derechos humanos para las mujeres. Un rechazo al sistema internacional de
los derechos humanos de la ONU.
Con una mirada más amplia creo que el mundo
occidental (Europa y América), también tienen un problema religioso que aún nos
hace navegar en medio de las olas del oscurantismo. Oriente y Occidente tienen
dos monoteísmos, con curas, pastores, cardenales, obispos, mullah, ayatolas e
imanes, profetas y predicadores de toda laya, que, con sus biblia y el Corán,
las novenas, oraciones, dogmatismos, teología, sofismas, interpretaciones
restrictivas y recovecos espirituales, afilian adeptos y esparcen la fe que en
las prédicas llevan a la adhesión a unos y al fanatismo a otros. Los islamistas
de la Yihad consideran impíos a católicos y cristianos y por eso nos declaran
objetivo militar, dentro de las acciones terroristas de venganza en países
europeos contra las intromisiones de Occidente, por ser de otra religión
diferente y por pertenecer a organismos multilaterales de los países que se
violan las soberanías y la autodeterminación de ellos. A manera de ejemplo, los
enfrentamientos de todas las 8 guerras civiles del siglo XIX en Colombia
tuvieron un componente religioso movido por los conservadores contra los
gobiernos laicos de los liberales y por el recorte de los beneficios que tenían
durante el patronato real colonial. En dos de esas guerras civiles lo religioso
fue la razón principal, en la guerra de los conventos (1839) y en la guerra de
las escuelas (1876).
Son válidas hoy muchas expresiones de Samuel
Huntington en su obra Choque de civilizaciones, libro publicado en 1993.
Vicente Hueso-García, en su artículo titulado “Una visión pesimista del nuevo orden mundial”, nos dice que, al
analizar la conexión entre civilización y religión, Samuel Huntington ofrece
unas percepciones importantes sobre el papel de la religión como fuerza
cultural en la política (y, en particular, sobre la estrecha conexión entre la
democracia y la Cristiandad, especialmente la protestante o evangélica). Las
democracias más liberales hoy en día se encuentran en los países cristianos;
incluso la transición de Corea del Sur a la democracia señala, siguió a la
conversión de gran número de personas a la fe cristiana. De forma similar, las
revoluciones democráticas de Latinoamérica en la década de 1980 coincidieron
con una reconversión de un importante número de latinoamericanos del catolicismo
romano a las religiones evangélicas más individualistas. (,,,) Él observa que
el mundo de las civilizaciones desarrolla sus propias estructuras, al igual que
existieron durante la guerra fría. Cada civilización suele tener Estados
centrales, que son los líderes de dicha civilización, normalmente los más
poderosos y culturalmente más fundamentales. El número y papel de los Estados
centrales varía de una civilización a otras y puede cambiar con el tiempo. Las
civilizaciones sínica, ortodoxa e hindú tienen cada una un Estado central
abrumadoramente dominante (China, Rusia y la India respectivamente). Occidente
cuenta con Estados Unidos y, en Europa, el núcleo francoalemán, con Gran
Bretaña como centro adicional de poder a la deriva entre ambos. Así lo puntualiza
el mismo autor.
En
1979 los afganos ya habían avanzado en las propias transformaciones para llegar
al socialismo, con el pretexto de ser ayudados, se produjo la ocupación
soviética en el territorio y esto
desató una reacción tribal de al menos 5 formaciones armadas, con Muyahidines o
guerreros coránicos, hasta expulsarlos en 1989. Y allí se desató una guerra
civil que desangró más el país. De esta guerra civil surgieron los Talibanes de
mayoría Pastún, asumiendo todo el control y el gobierno desde 1996, como
guerrilleros transformados en gobernantes, hasta el 2001 cuando fueron
derrotados ante la reacción norteamericana multinacional aprobada por la ONU
como respuesta a los hechos del megaterrorismo ocurrido contra las torres
gemelas.
Después
de los ataques de octubre 2001, EEUU se quedó 20 años en Afganistán,
codirigiendo la administración con el propósito de estabilizar la región e
imponer la Democracia. Pero primero hay
que preguntarse qué clase de Democracia si ellos mismos no la respetan al entrometerse
en los países donde tienen bases militares, y si el modelo de presidencia
imperial de Donald Trump desplomó las instituciones nacionales y las
internacionales, entiéndase el asalto al Congreso en enero 2020 para impedir la
posesión de Joe Biden, entiéndase las críticas infundadas al sistema electoral
para quedarse un periodo más. Y todas las tropelías que cometió con México, con
la misma Unión Europea al desconocer los acuerdos, y con el sistema mundial de
naciones al eludir los pactos multilaterales sobre el cambio climático.
El
ejército afgano, con más de 300.00 miembros, cesó las acciones ante la
arremetida de los talibanes (unos 60.000 combatientes), los militares afganos
estaban desmoralizados por los malos pagos, falta de estímulos y fatigados con
la dominación norteamericana. Ante la falta de moral de las tropas, el
presidente Ashraf Ghani, huyó hacia Omán. La abrupta salida de tropas gringas,
aunque estaba anunciada desde el acuerdo de Doha, se vio como una derrota y
surgió el parecido con la salida de Saigón en el Vietnam de 1975. Más de 700.000 soldados norteamericanos
entraron y salieron de Afganistán durante 20 años, murieron 6.500 entre
soldados y contratistas. Una guerra apoyados los norteamericanos en ejércitos
de mercenarios ajenos (de otros países), hábil modalidad para evitar que la
mayoría de las bajas no sean estadounidenses de nacimiento, evitando así la
presión política y crítica interna de los familiares dolientes. La imposición
militar de EEUU para occidentalizar naciones de Oriente y Asia les ha salido
mal al final de las cuentas y balances. Los pueblos ocupados y humillados
resisten con sentido de nación y de patria y se oponen con la lucha armada a la
cual han sido conducidos a la brava. Las invasiones son ultrajantes y la
aculturación coactiva no opera fácilmente. El balance detallado denota que
fracasaron en Corea, Vietnam, Laos, Irak, Siria, Libia y en Afganistán, sin
entrar en detalles de las incursiones militares en países latinoamericanos.
Desde el 2001 con el Señor Karsai, EEUU
montó un régimen presidencial occidental para gobernar las regiones, y no les
funcionó. Los talibanes sin tener la administración siguieron controlando
carretas y zonas. Hoy recuperaron las 34 provincias.
EEUU se
retiró de Afganistán ante la evidente situación insostenible tanto militar como
económicamente, perdieron la “privilegiada” posición geopolítica euroasiática
que tenían para efectuar el tapón a estados-centrales (Rusia, Irán, China, India),
y disponer también de recursos naturales (gas, litio, petróleo). EEUU gastó 2.5
billones de dólares en estos 20 años, sosteniendo tropas, gran parte de ese
dinero en material bélico y contratistas (mercenarios internacionales), el más
reciente contrato con la Textron System, se vencerá en febrero del 2022. Los
talibanes, una organización religiosa-militar, reconformaran un Emirato
Islámico y no dejaran de tener relaciones con los terroristas de Al Qaeda, pero
con menor intensidad para evitar una contraofensiva temprana; EEUU se mantendrá
en un área cercana, con tropas acantonadas en Kuwait, Qatar, Baréin e Irak,
para reaccionar desde esos sitios ante cualquier evento que los afecte, como
han hecho respecto a Irak y a Siria. Y para responder inmediatamente sin bajas
militares, atacando con drones y controlando geopolíticamente la zona, con una
actitud bélica que utiliza paralelamente los aviones, y el espectro
electromagnético, llevando a cabo una guerra de peajes, que ahora se estila.
Afganistán
es un Estado fallido o fracasado (como Haití), por muchas razones, pero
mencionaré solo cinco. 1). Las intervenciones extranjeras han impedido su libre
desarrollo y búsqueda del modelo que ellos pudieran ajustar. Las intervenciones
o intromisiones primero de los persas y los mongoles, luego de Inglaterra, la
India, Rusia y EE. UU., para no mencionar otras, han truncado su existencia.
2). El otro factor es el nacionalismo acendrado, y 3). El fanatismo religioso
desbordado. 4) Es un país que cultiva la Amapola y produce opio (casi el 90%
del mundo), derivando en morfina y heroína. De esta forma es el mayor productor
de opio compitiendo con México y Myanmar. También está produciendo efedra y sus
derivados la efedrina y la metanfetamina. 5) Un país todavía feudal que no
avanzó hacia una reforma agraria y truncó la modernización por la recia
reacción de los señores feudales que se coaligaron para enfrentar la reforma de
los militares golpistas socialistas en 1973.
En una visión comparativa con Colombia, sin
ser el nuestro un Estado fallido, pero si colapsado, tenemos cuatro de esos
mismos factores, el 1, el 3, el 4 y el 5. Sobre el primero, Colombia desde 1886
hasta hoy ha estado vigilado, controlado y codirigido por los EEUU, sin referirme
a la primera presidencia de Rafael Núñez en 1880, cuando comenzaron a instalar
tropas de cara a la construcción del canal de Panamá, en competencia comercial
con Francia. Sobre el tercero, Colombia desde que nace como Estado republicano
ha permanecido con el peso de la religión católica entrometiéndose en los
gobiernos civiles sin aceptar perder el patronato Real. Los curas católicos
adoctrinaron a los indígenas durante la conquista y acompañaron a los españoles
durante los 260 años de la Colonia. La iglesia en el siglo XIX motivó componentes
de las guerras civiles y se atravesó a las declaratorias de la libertad de
cultos en las reformas constitucionales de 1851 y 1863. Volvieron al monopolio
de la única religión en 1886 y han intervenido en las decisiones de todos los
gobiernos con el cuerpo arzobispal. Desde 1991 con la libertad de cultos, no
han perdido la influencia, pero los cristianos con más de 5000 iglesias con
personería jurídica y al menos 20.000 templos y sedes en todo el país, van
paralelamente propalando el fanatismo religioso y tratando de manejar la
conducta de los colombianos. Sobre el cuarto factor, Colombia es uno de los
países de mayor producción de coca derivando en el alcaloide cocaína que, ha
agitado todas las formas de violencia y conducido a la corrupción de los actores
armados, de la sociedad política y de grupos mafiosos que dinamizan el mercado
interno y la exportación, hasta llevar a la disfuncionalidad de la Republica.
Sobre el 5 factor, en Colombia la estructura colonial se extendió hasta la
mitad del siglo 19 con las reformas de José Hilario López, pero lego no avanzó
la reforma agraria, truncaron las reformas progresistas de López Pumarejo en
1936, las intenciones de Lleras Restrepo en 1968. Y el desplazamiento forzado a
sangre y fuego, ha sido una contra-reforma agraria constante desde la violencia
de los años 50s. Las 4 leyes agrarias del siglo XX no lograron el reparto para
el acceso de los campesinos a la tierra, por el contrario, los terrenos baldíos
fueron feriados por el mismo Estado y luego raponeados por los terratenientes y
agroindustriales, aliados de siempre de los gobiernos. Y ante los acuerdos de
paz en La Habana, el punto agrario no fue implementado, obstaculizaron también
los procesos de restitución de tierras.
(*) Magíster en Ciencia Política (Universidad
Javeriana); PhD en Política Latinoamericana, Universidad Nacional de Madrid
(UNED- España); ha sido profesor de las cátedras: derecho internacional y
derecho ambiental, en la Universidad Libre y la Universidad Santiago de Cali
(USC). Profesor de la cátedra derechos humanos.